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POR RAZONES AJENAS A MÍ Y POR CAMBIOS EN LA POLÍTICA DE PRIVACIDAD DE BLOGGER ,MI OBRA POÉTICA "DECLARACIÓN" HA SIDO CENSURADA Y VETADA UNILATERALMENTE POR EL ADMINISTRADOR DE ESTE SITIO. MI POEMA PUEDE SER LEÍDO EN :http://www.poesiasolidariadelmundo.com/2015/02/declaracion.html?spref=fb O EN http://www.mundopalabras.es/poesia/declaracion-2/

POR CONSIDERAR QUE LAS ÚLTIMAS DISPOSICIONES DE GOOGLE EN BLOGGER PARA CENSURAR LA PUBLICACIÓN DE CONTENIDOS EN LOS BLOGS ,ATENTAN CONTRA LOS MÁS ELEMENTALES DERECHOS CIUDADANOS COMO LA LIBERTAD DE OPINIÓN,DE EXPRESIÓN Y DE CONCIENCIA, ME PERMITO INFORMAR QUE ESTÁ ES LA ÚLTIMA PUBLICACIÓN DE MI OBRA EN ESTE ESPACIO VIRTUAL.Uno de mis nuevos blogs en donde pueden encontrar mis obras es:http://elreinodeldragon.blogdiario.com/1427218723/
y en https://elreinodeldragon.wordpress.com/author/jorlineya64/
MUCHAS GRACIAS A TODOS MIS LECTORES..QUIENES DESEEN CONTACTARME PUEDEN HACERLO EN EL SIGUIENTE CORREO:

JORGE LINEYA(aestrel20@gmail.com)

BLOOGER INSISTE EN CENSURAR EL TEXTO DE MI POEMA "DECLARACIÓN" A SABER LOS VERSOS:10,18,23,25,26 y 44 DE MI OBRA.EL ÚNICO CAMBIO QUE YO LE PUEDO HACER A CUALQUIERA DE MIS OBRAS ES EL QUE NAZCA DEL ERROR,BUSCANDO CORREGIRLO (SEA UN ERROR GRAMATICAL O DE SINTAXIS POR EJEMPLO ) DE LO CONTRARIO TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Y EN ESTE CASO ..TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Si mis publicaciones aquí se ven mal presentadas o defectuosas no es mi responsabilidad tampoco yo sé porque está pasando eso.

BIBLIOGRAFÍA DEL AUTOR:

Como autor mi seudónimo es Jorge Lineya: el apellido Lineya es una suerte de anagrama del nombre de mi desaparecida compañera Anyeli q.e.p.d ( 1966-1998) quien me apoyó en vida en mis inclinaciones literarias mecanografiando muchas de ellas y a quien le quise hacer un homenaje dejándola hacer parte de mí, como escritor.Como autor mi obra narrativa ha sido publicada en medios virtuales como la Revista Axxón ciencia ficción(http://axxon.com.ar/ en Argentina) ,donde se me publicó inicialmente como resultado de un concurso literario promovido por esta revista y cuyo premio era la publicación de las obras seleccionadas por el Consejo Editorial de la misma, siendo así como noviembre 2009 se publicó allí, mi obra GRAFFITI en su número 201.Posteriormente como colaboraciones en esta misma publicación han aparecido mis obras en las siguientes ediciones : en noviembre de 2009 LA ORDEN (MICRO) número 202; EL MINOTAURO(MICRO) en 2010 , número 204; EL REBELDE y GATO (MICROS) en octubre de 2010, en el número 211; NEMÉSIS (CUENTO) en agosto de 2012 en el número 233 ; y en septiembre de 2012 COSTUMBRE(CUENTO) en su número 234.Soy parte también en Argentina de un publicación llamada “TRIPLE C Cofradía del cuento corto (http://triple-c.ning.com/) donde los autores auto-publicamos y nos sometemos al escrutinio de los cofrades. En este blog he publicado: 29 poemas y 26 obras narrativas entre cuentos, relatos y micros.

Recientemente en febrero de 2014 se me ha publicado en la revista COSMOCÁPSULA(http://cosmocapsula.com/ en Santiago de Cali) donde mi obra "El aprendiz" hace el debut de mi narrativa en territorio colombiano(aunque sea virtual),en un espacio ajeno a mí.

Tengo una novela (COMUNIÓN) sobre mis experiencias en mi vida militar durante la prestación del servicio obligatorio.Soy nacido en Cali,Colombia.Las publicaciones en físico de mi obra se han dado así: en El Premio Algazara convocado por la Editorial Hipalage en España en 2010 , se escogió el micro “Graffiti” (de entre 878 textos que llegaron) para publicarlo en un libro con el título “Cuentos Alígeros” con otros 326 seleccionados. Este mismo micro ganó en 2013 un nuevo premio de publicación en físico en e l concurso Porciones del Alma” de la editorial(¿) Diversidad Literaria también en España(¿).Tengo en mi haber, un total de sesenta(60) obras registradas en la Dirección Nacional de Derechos de Autor de Colombia,entre narrativa,poesía y prosa.

Mi obra poética por su parte ha tenido acogida igualmente en España en la página "POESÍA SOLIDARIA DEL MUNDO" (http://www.poesiasolidariadelmundo.com/) que dirige en buena hora, FERNANDO SABIDO SÁNCHÉZ.

Escribo para ser leído ,no para ser aplaudido.Muchas gracias por su lectura.














domingo, 24 de julio de 2022

 LOS SOBREVIVIENTES




El último paquete de latas de aire se me acabó ayer y no he ido a la tienda por más, y no es que no las necesite, lo que sucede es que sólo hasta mañana tendré dinero para comprarlas; y eso sólo por un descuido (se me olvidó que hoy debía reponer provisiones y sólo hasta mañana me pagan). Ganas de levantarme no tengo: nada me urge más que descansar. De agua verdaderamente pura sólo me quedan unas onzas, empaquetadas en tres vasos de plástico en la nevera, al lado de las latas de cerveza y de un cartón de leche a medio llenar, así que por líquido para beber no es mucha la preocupación: ser soltero y vivir solo, tiene sus ventajas. Trataré de no salir de aquí hoy, no quiero tener que respirar el ambiente insano de afuera, con su eterna nube oscura flotando sobre las calles, recordándonos que hay más dióxido de carbono que oxígeno en su composición; uno de los tantos e inevitables costos del progreso, gracias al cual tengo un empleo del que no puedo quejarme y al que más bien tengo mucho que agradecerle, porque es el que me da para vivir cómodamente; sin aprietos (otra cosa es que yo sea despilfarrador). Así que unas por otras: por ejemplo, el ambiente controlado de este departamento con sus tuberías de aire artificial y frío, son una ventaja en estos días, un lujo del cual no todo el mundo disfruta tanto como debiera. Soy un privilegiado por vivir aquí y podérmelo costear.

 

En los suburbios la gente que en otras ciudades  viviría hacinada, en Lespera no lo hace  y además tiene comodidades, aunque subsiste sin poder acceder a aire y agua puros de manera permanente,  porque no tiene como pagarse ese privilegio: Por disposición del  gobierno sólo se garantizan  provisiones básicas de ambos elementos para cada uno de los hogares, mediante la distribución de  cargas limitadas  que alcanzan a cubrir las necesidades de un máximo de tres habitantes por vivienda, quienes  deben racionar muy bien su gasto; pues el abastecimiento se hace mensualmente de manera estricta, restringiendo el posible desperdicio o el mal uso de la provisión. El agua potable se reparte como siempre, por medio de tuberías   de alimentación, hasta un tope; pero el aire lo entregan en pipas metálicas que deben ser conectadas a los canales de ventilación interna, que toda construcción tiene (sólo el servicio de energía eléctrica y el de gas, se prestan y cobran por consumo). Siendo la mayoría de viviendas ocupadas por más de tres personas, no hay asignación alguna que alcance los treinta días exactos, ni porque se recurra a una economía franciscana o a una disciplina de yogui. En las tiendas de barrio y en los populosos emporios, se consiguen agua y aire puros en paquetes de uso individual o familiar, para quienes en cualquier momento necesiten suplir su necesidad, por agotamiento de la ración establecida o por simple previsión. Ahora esos dos son los bienes que más mueven el mercado y la economía de cualquier país del mundo, debido a su excesiva demanda. Las amas de casa atestan sus carritos de compras con esos productos naturales, los cuales se consideran hoy de primera necesidad, en lo que los economistas llaman técnicamente “la canasta familiar de los hogares”. El aire enlatado, por ejemplo, es el de más consumo; se usa como dosis personal para refrescar u oxigenar el sistema respiratorio, cuando se sale a la calle a caminar por mucho tiempo: las latas traen un dispositivo que permite al usuario tener disponibles pequeñas descargas de aire, con sólo oprimir la válvula y ponérselo sobre la nariz, unas cuantas veces al día. Las enfermedades respiratorias son muy frecuentes en las personas, más en los niños y en los ancianos, gracias a la elevada polución de la que no se escapa ni el agua del acueducto, que no es muy bebible, y cuyo consumo causa variadas afecciones a la salud humana (la mayoría de fuentes de agua las usan las industrias para sus actividades, y con las pocas que restan se surte a la población; por eso el líquido se raciona). A pesar de tan espartanas condiciones de vida, la gente no se queja ni protesta; porque la mayoría de habitantes son empleados o trabajadores rasos de alguna de las empresas locales (fábricas, petroleras, consorcios mineros, o comercios), y saben bien que es gracias a ellas que la ciudad crece y su economía se solidifica, beneficiándolos con sus puestos de trabajo y con el dinero de un salario que nunca les falta en los bolsillos, para satisfacer sus necesidades y las de sus familias. En suma, no se vivirá en el paraíso, pero tampoco en el infierno y eso es mejor que nada: “El progreso siempre es el camino. Bienvenidos al futuro”, es el lema publicitario con el que se promociona la creciente actividad industrial de Lespera, bajo el eslogan gubernamental de “En Lespera la prosperidad los espera”. Por eso Lespera es conocida como la Cuna de la Prosperidad y su alcalde como un preboste perpetuo, que siempre es reelegido para continuar en su puesto, gracias a su excelente gestión; propendiendo por el constante desarrollo urbano, lo cual le aplauden con altavoces la prensa local; los empresarios y el gobierno nacional. “Dios nos dio el compromiso” se lee ahora bajo el escudo enseña de la ciudad, donde antes decía “Dios no dio el paraíso”.

 

Por lo menos no soy un obrero, no tengo que trabajar como esclavo para vivir como esclavo y pasármela aglomerado en un hormiguero. Yo trabajo como mula para vivir como rey y mi palacio tiene una renta barata, gracias a que la empresa que me contrata es dueña del edificio y lo destina para alojar a sus empleados, por un bajo precio. Vivo en una colmena de abejitas trabajadoras en donde tengo pocos amigos y menos conocidos, ya que es gente con la que nunca me veo, porque los turnos de labor se nos cruzan como una barrera. Cuando llego a dormir, muchos de mis vecinos han salido a trabajar su turno y viceversa. Y cuando tengo día franco, como hoy, la mayoría de ellos no están y los pocos que coincidimos tenemos demasiado cansancio acumulado, para hacer otra cosa que no sea descansar y recargar baterías, esperando reiniciar labores al día siguiente con nuevos bríos. En las vacaciones todos nos largamos de aquí. La mayoría somos supervisores de personal (como en mi caso), y el resto capataces o jefes de planta, gente con mando. Ser sociable es difícil. En la calle o en el trabajo no se puede reconocer a alguien y mucho menos conocer: lo primero, porque la alta contaminación ambiental nos obliga llevar la mitad rostro cubierto, la mayor parte del día, y lo segundo, porque no hay tiempo ni espacio para amistarse cuando se trabaja tanto, y yo trabajo bastante y me pagan igual, gracias a Dios.

Entre los edificios altos que se erizan sobre las calles del centro,  hay unos dispuestos para que viva la gente y otros   para el ejercicio del comercio, que es frenético y variado en Lespera y hasta altas horas de la noche: las ventanas en sus  fachadas, algunas de ellas hexagonales, los hacen parecer gigantescos nidos de abejas avistados desde lejos, por eso   les dicen “las colmenas”( oficialmente, se les conocen sólo como Torres  y así se les enumeran, usando números romanos): hay  cien  torres diseminadas en toda la ciudad, ornadas con colores metálicos que las hacen ver esplendorosas. En las colmenas (la mayoría de ellas de sesenta pisos) viven exclusivamente los empleados de las empresas. Los obreros y sus familias habitan  los hormigueros, el nombre popular de las enormes construcciones con forma de domo,  un poco menos altas  que las Torres, pintadas de tonos ocres y regadas por los barrios de la periferia con su numeración cardinal, hasta un total de doscientas: Los  Domos, que es su nombre oficial, dan la impresión de  ser un rimero de gente, cuando se ve  en el horizonte a las personas  ocupando sus pequeños  balcones cúbicos, o asomándose por sus estrechas ventanas redondas. No obstante, adentro tienen un espacio sobrio, matemáticamente dividido para ser ocupado sin caer en el hacinamiento: sus habitantes gozan del ámbito exacto que necesitan para vivir sin apretujarse, aunque también sin explayarse. Los ecos del auge de la ciudad han llegado tan lejos y aún resuenan de tal manera, que miríadas de inmigrantes siguen arribando desde los primeros días del hallazgo hasta hoy, y desde los lugares más lejanos e ignotos del país. A pesar de que no hay espacio donde ubicarlos, sigue habiendo necesidad de su trabajo en las compañías, que debido a ello no cesan de contratar personal. Así que construir colmenas u hormigueros sigue siendo la solución, para atender el raudal de gente que arrima a buscarse el sustento y la prometida prosperidad. En Lespera sólo los nativos viven en casas y sólo ellos tienen edificios bajos, pálidos remanentes de la ciudad del primer decenio (llamada ahora con eufemismo “La Vieja Ciudad”), algunos de los cuales también se usan para lo mismo que las Torres o los Domos, de manera que en el panorama se entremezclan, contrastando, las edificaciones de la vieja y la nueva Lespera, la cual    parece actualmente una mala copia de Hong Kong.

Cuando la ciudad era un pueblo, veinte años atrás, tenía un horizonte plagado de un verde que tapizaba las montañas hasta sus cumbres y se extendía sobre el valle que las soportaba, regalándole a la vista un paisaje límpido enmarcado por un cielo siempre azul y blanco; claro desde la mañana hasta el atardecer. Bosques de árboles frondosos y robustos se podían encontrar, cuando uno salía a caminar por las riberas de los ríos, y se alcanzaba oír la melodía diáfana de los pájaros en su concierto espontáneo y ver, a los gavilanes que los cazaban, romper con su vuelo lineal el tranquilo y transparente espacio, en las horas matutinas y vespertinas del día. Si uno se adentraba, empezaba a toparse con las chacras de los campesinos mostrando sus cultivos y sus corrales de aves y animales. En las noches, la algarabía de los insectos chirriando y de las ranas croando con insistencia, eran una serenata distinta. A cualquier hora se disponía de un aire limpio para atiborrar los pulmones y daba gusto aspirarlo, cargado de esa mixtura de aromas naturales viniendo de la tierra, con el olor fresco de los manantiales y de la abigarrada vegetación. El agua, que anegaba los lechos de los arroyos, era tan cristalina que se podían ver en su fondo las piedras y las frutas caídas de los árboles, hundidas y pudriéndose; y la tierra, ablandada por la humedad, se diluía en espirales al paso de quienes los vadeábamos. En la zona urbana se solía pasear con tranquilidad por las calles y las personas podíamos distinguir (sin óbices), a quienes   pasaban a nuestro alrededor y cuando era necesario saludábamos. Todo pudo haber seguido igual, pero llegó la hora en que las cosas cambiaron definitivamente en La Espera: la hora del descubrimiento o mejor de los descubrimientos. Ese fue el momento en que empezó la transformación radical del pueblo. (No quiero levantarme a contestar el teléfono de la sala, que resuena; pero si es mi madre, se preocupará si no le contesto. Tengo mi celular apagado).

Al empezar a caminar por el andén, después de bajarse del autobús, la ciudad comienza parecerle la misma de siempre que es como decir la misma de hace una década y no el pueblo de sus recuerdos de juventud e infancia. Debe caminar unas cuadras hasta su Torre (la CV, de la “ Golden Age Corporation”) y mientras tanto se enfrenta a la rutina del trayecto. Los rostros que lo circundan le son totalmente desconocidos, lo único familiar que tienen son las mascarillas   que les cubren la boca y la nariz, para medio filtrar o al menos evitar de golpe el smog y sus flotantes y nocivas partículas, evitando así que se cuelen a los pulmones directamente. Las personas se vuelven bultos ambulantes sin identificación clara y a veces sin rostro, en medio de la turbia neblina que reina invadiendo las calles, tiñendo el aire con sus desechos. Al llegar a la entrada del edificio, desliza su carné por el lector electrónico de la portería; pone su pulgar en la diminuta pantalla del escáner anexo donde brilla una lucecita roja, y la puerta se abre automáticamente con un grave chirrido, dejándolo pasar.

La sensacional noticia apareció tiempo atrás en los diarios nacionales, con el sonriente rostro del alcalde coronando el titular que la difundía: “Fabuloso descubrimiento de yacimientos petrolero y minero, en La Espera”. En tres puntos olvidados de la geografía de la región, se habían encontrado yacimientos de petróleo, oro y coltan. De ser una mancha ignorada en el mapa de la nación, por la que el progreso y las comitivas presidenciales en sus viajes, seguían de largo, La Espera pasó a convertirse  en el destino obligado de quienes antes ni siquiera sabían  que un sitio con ese nombre  existía en el país( la única presencia ilustre de la cual se tenía memoria  allí, era la del presidente de los Estados Unidos, quien  se había detenido  a orinar de urgencia en la casa municipal, hecho  que quedó registrado como una visita espontánea). El Valle de las iguanas, el Desierto de la Tristeza y el Monte de los Olvidos, lograron lo que ni sus propios habitantes habían podido conseguir en trescientos años de existencia para ellos: ser vistos y por fin tratados, como algo más que ciudadanos de un moridero. Entonces empezó a llegar tanta gente de afuera, que el pueblo tuvo que crecer para acoger a millares de forasteros, hasta convertirse en una ciudad de las grandes y de las importantes. Un entramado de largas vías de asfalto y hormigón (túneles, puentes, viaductos, calles, y calzadas), reemplazó a las polvorientas trochas y caminos anónimos de La Espera. Cada una de esas obras fue señalada con un nombre ampuloso, que parecía querer decirlo todo, para que nadie tuviera que preguntarse nada: Autopista del Progreso, Carretera Siglo XXI, Puente de la Prosperidad. Sin embargo nada logró ser más impresionante para los habitantes de La Espera en esos días, como los fabulosos milagros de poder  tomar   agua saliendo de un grifo en sus propias casas, e iluminarse  por fin en las horas de oscuridad,  con el cálido brillo de bombillas eléctricas; en un lugar donde la única posibilidad de recabar  agua la daban, desde los tiempos de los virreyes, los pozos naturales que se encontraban o los aguateros que la vendían precio de oro ( trayéndola en bidones  a lomo de bestia, desde los surtidores de agua potable de alguna ciudad cercana); y la única luz  mágica la prodigaban  las luciérnagas en las noches sin luna. El presidente de la República en la primera y única visita que hizo para confirmar personalmente la buena noticia, acompañado por el gobernador y el alcalde, soltó un discurso histórico en la plaza pública, advirtiendo que los tiempos de iluminarse con lámparas de petróleo o con bujías de cera, y de cocinar con fogones de leña; y de transportarse encaramados en solípedos por hoscos caminos de herradura o en camiones o jeeps de mala muerte; habían acabado. Que el pueblo iba saber  que el paraíso  era algo más que  una  palabra en su escudo, porque el gobierno nacional  saldaría la deuda social que se tenía con La Espera, y  hasta el perro y el gato eran convocados    para recibir  todo lo que se les adeudaba desde hacía siglos: educación, empleo, bienestar, servicios públicos;  pulularían  a partir de esa gloriosa fecha porque el desarrollo al fin había llegado para  quedarse: “¡Bienvenidos al futuro en esta comarca, que desde hoy se llamara Lespera!”, fue la frase con la que cerró su tórrida alocución.

 

Sentado sobre una peña distante, mira pasar las aguas turbias del río arrastrando un olor pútrido y pesado, con nubes de zancudos agitándose sobre ellas. El ruido de las máquinas excavadoras invade el ambiente con su monotonía y el humo de la combustión de los motores se mezcla, cuando busca las nubes, con el que producen las chimeneas de las factorías vecinas. El terreno ahora es un inmenso peladero, desprovisto de la generosa alfombra verde que lo cubría; plagado de huecos del tamaño de cráteres que evidencian el trabajo de las máquinas y de los obreros removiendo la tierra del suelo, mientras en la lejanía la montaña se ve agujereada, semejando un gran madero pero carcomido por socavones, en cuyas entrañas se buscan otras vetas. En ambos campos lo que se hace es minería: de coltán en un lado y de oro en el otro. Un paisaje lunar se ha apoderado de cada tramo tras largos años de explotación industrial. Una rana que salta de alguna parte, croando, y un canario que empieza trinar desde la rama de un guadual cercano, lo distraen un momento. Quiere pensar que esos dos ya se enteraron del fin de la hecatombe y están volviendo (después de sobrevivir), a ocupar sus hogares, que al parecer les serán devueltos. A Lespera la temida escasez de minerales ha llegado, mientras en otros partes en cambio se han hecho nuevos y prometedores hallazgos, que empiezan a jalar gente hacia ellas. Multitudinarias caravanas de emigrantes han empezado a abandonar Lespera. Cuando camina de regreso a la autopista, un ruidoso claxon llama su atención. Al mirar hacia la fuente de la alharaca, ve al conductor de una camioneta asomarse por la ventanilla:

¡Oye! ¿Eres de los que se van o de los que se quedan? — le pregunta el fulano a gritos.

— De los que se quedan—contesta él.

— ¿Y éso? ¿A qué? Esto se acabó aquí compadre.

—A hacer lo que hace rato no hago: vivir.

Jorge Lineya.

Santiago de Cali, junio 08 de 2013.


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