El aire transparente en
la mañana,
celebra el cuerpo de una
mujer desnuda.
El cielo al fondo en
ella se solaza dejándole
cortar el horizonte,
mientras la brisa
insiste en ser caricia y
el sol que brilla
la viste de
colores.
El día en la plenitud de su principio,
siendo un portento de
luz y de paisajes (donde
la vida encuentra
despiertos sus caminos,
para cundir multiplicada
y nueva),parece estar
dispuesto a ser tan sólo
el lienzo que adorna
el cuerpo de
una mujer desnuda.
Como una estatua en la
fotografía,
sobre un tocón en medio
de las aguas,
que se ven quietas para
acompañarlo,
se erige el cuerpo de
una mujer desnuda;
delgado, claro, con su
piel de cielo, dejando
que el hechizo de sus
formas deslumbren
con el fulgor de
un espejismo,
sobre el pálido blanco y
negro de su plano;
para
encender con su fuego las palabras:
cabello,
labios, hombros,brazos;
aroma, calor, sabor, exquisitez, delicia.
El tiempo mismo en el espacio
se detiene,
para extasiarse mirando
frente al lente,
el espectáculo de
perfectas armonías,
de las líneas que trazan
bajo el albor
de un sueño, la cima de
ese erótico
milagro , que trae el
cuerpo de una mujer
desnuda.
El rostro que sereno
mira a quien
lo observa, el tibio
seno que se perfila
escaso, la tersa espalda
girada levemente;
las curvadas caderas,
la marcada cintura,
y luego las soberbias
redondeces donde
la carne muda en
tentación y vértigo; sobre
los sobrios muslos que
cayendo,
hacia unos pies
que los sostienen firmes
(dentro del
estrecho
espacio
que los ciñe),
hacen la magia, cantan
la poesía,
que guarda el cuerpo de
una mujer desnuda.
Mis ojos que no
quieren evitarlo
(mis ojos que no pueden
evitarlo),
miran el cuerpo de una
mujer desnuda.
(Jorge
Lineya, Santiago de Cali, marzo 10 de 2012)
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