Narciso,por Caravaggio (h.1595;Palacio Barberini de Roma)
"Cuando Dios creó al hombre,lo creó parecido a Dios mismo"(Génesis1:27)
No puede pasar por una vitrina en la
calle sin caer en la tentación de mirar su reflejo en el vidrio, porque
su imagen es una de los espectáculos que más disfruta ver con sus ojos. Las
ganas de preguntarle a la gente conocida, lo que opinan de él,
tampoco se las aguanta buscando que le suelten como flores, esos
adjetivos que lo ensalzan y le endulzan la vanidad y el oído, los cuales
además cree merecerse de sobra. Al levantarse a diario se dice
a sí mismo (en voz alta para oírlo y no olvidarlo) lo afortunado que es
por tener el éxito profesional, la esposa, y el empleo inmejorables
que siempre había soñado, y planeado alcanzar desde que pudo trazarse un seguro
norte para su vida.
Su casa tiene espejos de múltiples tamaños
dispuestos en cada una de las paredes, para poderse ver cuando
quiera, que es casi la mayor parte el tiempo, salvo cuando está sentado en el
retrete haciendo el ridículo de esa manera tan humana que le molesta ver
que hasta él tiene. Hoy mientras su mujer ve la telenovela decide dar uno de
sus acostumbrados paseos por el lugar, tratando de solazarse un poco con su
juego de lunas y de imágenes perfectas donde se encuentra así mismo
maravillosamente multiplicado:
—Soy tan perfecto, qué ni Dios puede creerlo—dice convencido.
Cuando termina el recorrido se
devuelve a la sala, pero en el camino, como si una fuerza invisible y
poderosa los golpeara simultáneamente, hasta los últimos cristales
enmarcados de la casa saltan hechos trizas, estallando en una lluvia de esquirlas menudas. Al mismo tiempo y de la misma estruendosa manera él junto con
ellos, queda reducido a un montón de pedazos de vidrio en medio de
los restos de la intempestiva destrucción: algo amorfo y disperso que ni
la mucama ni su esposa reconocen cuando lo amontonan y lo recogen para
echarlo a la basura con desdén, como un desecho más. Ninguna de las dos
oye sus gritos desesperados pidiendo ayuda desde la barredura. Nadie lo ve
forcejeando por salir de esa trampa hecha de miles
de pequeños residuos, en la que su cara y su cuerpo yacen hechos una misma
cosa confusa e inerte.
De él no se vuelve a saber nada. Y con
el tiempo que pasa (y el olvido que llega), su nombre se convierte en el de un
desaparecido más de esos que tanto abundan en el país.
(Jorge Lineya Santiago de Cali 2002)
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