Desde la montaña hirsuta
llegó con alma impoluta,
y un inusitado ardor:
Álvaro el Pacificador.
Vino a salvar esta patria
de la guerra fratricida,
donde una Colombia paria
era un Cain homicida.
Este prohombre liberal
de convicciones de hierro,
prometió extirpar el mal,
garantizando su entierro.
Siendo hacendado el señor,
allá en ubérrima tierra,
no se libró del dolor
que significa la guerra.
A su padre la guerrilla
lo asesinó con sevicia.
fue así que el odio que vicia,
se lo sumó a su cuadrilla.
Temprano fue alcalde
Álvaro, de su Medellín natal
y concejal ahí mismo
para su historia empezar.
Ya siendo Gobernador en su feraz
tierra paisa,impuso a sangre
y a fuego la tan anhelada paz
entre una y otra masacre.
Dejó que los militares
hicieran todo a sus anchas,
usando tratos veniales
(y alianzas tan ilegales)
que hicieron una valancha.
Cuando se hizo senador
nuestro ilustre personaje,
prometió que al bandidaje
le daría tierra y flor.
Presto, se inventó una norma
que le pudiera dar forma
sustento y legalidad
a la defensa privada:
permitiendo a gente armada
vender la seguridad,
sin preocuparse por nada,
consiguiendo pingües rentas
con toda normalidad,
sirviendo en la guerra cruenta.
Un cooperativo espíritu
y un interés solidario,
subieron
al Belcebú
al lomo de un dinosaurio.
En la entraña de su ley
se gestaron dos siameses
que se hicieron una grey
con el correr de los meses.
Para la paz conseguir
donde faltaba el Estado,
surgieron las
Convivir
como oferta del mercado.
Así fue que paso a paso,
la ley que impuso su orden
donde reinaba el desorden,
fue la ley de los balazos.
Luego ante tantos desmanes,
de este ejército privado,
ordenó el gobierno entonces
dar todo por terminado.
Y claro, los ganaderos
y grandes latifundistas,
para no perder de vista
a tan duchos pistoleros,
decidieron hacer leva
de talentos militares
y armaron la auto-defensa
de sus millones de acres.
Erradicar de sus lares
la guerilla comunista
se hizo el sueño falangista
de estos paramilitares.
Se dio comienzo a otra guerra,
dentro de la guerra misma,
sufriendo el Estado un cisma
en la lucha por la tierra.
En Santa Fe de Ralito
unas preclaras conciencias,
(con almas de gamonales)
asegurando curules,
se dieron al trabajito,
de refundar a la patria,
maquinando presidencias.
Entre oscuros conciliábulos
desde el lugar más “Ubérrimo”
se cranearon lo paupérrimos
principios del gran homúnculo.
Después de los centenarios
gobiernos de los partidos
de liberales y godos,
surgieron los visionarios,
prometiendo que los mismos
politiqueros de siempre
(bajo un partido diferente),
sacarían a Colombia,
y a su pueblo condenado
(sin aspirar a más gloria)
del fondo de esos abismos,
donde ellos, la habían mandado.
Al fin pues , por Dios enviado,
cayó del cielo el epónimo
( y nunca más el anónimo)
Álvaro “el Iluminado”.
Montado sobre esta bestia
de sátrapa y redentor
empezó este salvador
a soñar la presidencia.
(Esta historia luego sigue
por hoy, aquí la he dejado,
y no es
que la hay olvidado
pues lo
humano me persigue).
(Jorge Lineya febrero de 2012)
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