¡Pum! Le apunté
bien con el fusil, así como me enseñó, de pura reacción disparé. Fue un disparo
perfecto: el cartucho fue efectivo dio exacto en el blanco, mi Teniente. Si lo
viera: una diana impecable, un diez como para enmarcar. Se acuerda mi Teniente
cuándo en el polígono usted nos enseñaba, muy aplicado en su labor de
instructor, a tirar con todas las de la ley para que le tomáramos confianza al
fusil y lo conociéramos y no nos fuéramos a dar de baja nosotros mismos por
andar de tontainas “¡Qué son más los hombres, estadísticamente hablando, que se
pierden en los polígonos a causa de accidentes estúpidos, que en los campos de
batalla, mis soldados!”, guaseando y exagerando como siempre mi Teniente, se
acuerda. Usted nos indicaba como coger el chopo con pericia, apuntándole
siempre a los nimbos porque al cielo no lo mata nadie en caso que ¡pumm!, se
descerrajé un tiro accidental. Cargar, apuntar, disparar y listo, lo demás era
cuestión de puntería, de huevos y de sacudirse el cangüelo carajo (¿cierto?)Y
¡pum, pum, pum!, darle al blanco con la novia hasta dejarlo hecho una
criba, porque otra cosa es desperdiciar la munición que harta plata le cuesta
al gobierno.
En el
ejército el fusil es la novia del soldado, sí señor( tan malicioso mi
Teniente): es la única leal, la única segura, hay que cuidarla, conocerla,
saberla manejar con firmeza, meterle el dedito en todas las oquedades que
tiene para mantenerla aceitadita y contenta y hasta dormir con ella toca para
cogerle apego, porque “ la otra” es la greñuda, la que mariposea con
Fulano, Zutano y Mengano en la vida civil mientras mi soldado está acá
sirviéndole a la patria, esa no es una novia que sirva, carajo, no señor. La
única leal y segura es el arma que cuando no está con uno está en el armero,
quietecita, bajo llave, en su lugar, y bien custodiada como se deben
mantener las buenas novias. Siempre tan chistoso mi Teniente.
Teníamos que
aprender que en el combate el dilema era morir o matar al enemigo “y el
que no le acierta a un blanco quieto a cincuenta metros no le pega ni a su
sombra y a ese hace rato se lo llevó el Putas”. Y mi soldado Arenas era el
único de su pelotón que no hacia un polígono decente ni por joder y usted
se empecinó en enseñarle como era que se hacía, para eso era usted no sólo su
comandante sino el instructor de tiro. Tenía que responder ante mi Capitán que
era intolerante con esas fallitas de mi soldado Arenas que hacían ver mal a la
Unidad, a la institución militar y a usted, caramba.
Para mejorar su
rendimiento a mi soldado se le programaron “servicios especiales” y
Arenas empezó a acompañarlo a sus rondas de Oficial de
Servicio recibiendo instrucción extra y exclusiva, porque si
era lo que le hacía falta iba tener toda la necesaria que para eso tenía usted
bajo el uniforme el corazón de un padre y las tetas de una madre. Le
recibió para el relevo a mi teniente Sepúlveda el brazalete de “Oficial
de Servicio” la primera vez que mi soldado Arenas lo acompañó a su caminata
nocturna, desde las doce de la noche trasnochándose juntos como dos
autillos, y mi soldadito en el campo de tiro “Pescando en seco” con una
peña amarrada a un cordel de cáñamo colgando de la trompetilla del fusil,
y en la línea de blancos, flanqueado por dos antorchas de queroseno, un
solo cartón para que se concentrara mi soldado, disparando de a
mentiras “ ¡clic!¡clic! ”, perforando apenas el silencio de la noche con el
ruido seco de las piezas metálicas accionándose en vano “ ¡clic, clic,
clic! ”, ganándole la pugna a la gravedad que llamaba al lastre, y el lastre al
fusil y el fusil a los brazos muertos de cansancio como mi soldado Arenas ¡Aghh!
que ya no podía mantenerlos fijos apuntando “ ¡clic, clic, clic, clic, clic,
clic, clic!”, que jodido mi Teniente.
Y el frío mi
Teniente, ese que a usted le sobra ahora, el frío del amanecer que entumecía
los músculos y se calaba como una miríada de clavos hasta los huesos de mi
soldado con los solos calzoncillos cumpliéndole la orden ¡brrr!, porque las
ordenes son para cumplirlas en la milicia ¡brrr!, porque sin ordenes no hay
disciplina ¡brrrr! Y sin disciplina se nos acaba el ejército ¡brrrrr!, y
sin el ejército se nos jode la patria mi teniente ¡brrrrrrrrr! aunque usted, ni
más faltaba, arrebujado hasta el pelo ¡jajajajaja! , riéndose de la flojera de
mi soldado ¡brrrrrrrr!, porque la letra a patadas entra y si no entra por lo
menos no se amaña afuera ¡brrrrrrrrrrrrr! Un bravo mi Teniente eso era usted,
un bravo.
Acuérdese de
su padre y de su madre que lo creen un varón y no un marica. Ni una monjita de
la Congregación de las Lesbianitas Descalzas sería tan floja ¿sí o no, mi
Teniente? Y usted parado en medio del helaje, como un árbol firme e
inconmovible aunque lloviera, tronara, relampagueara: escupiendo groserías de
lo lindo para picar a mi soldado porque la ira es el mejor acicate para un par
de huevos dormidos y ¡splash! escupiendo gargajos de lo hermoso en la cara de
mi soldado para que no se le distrajera y ¡paff! regalándole pataditas de lo
bello para que cogiera enjundia mi soldado Arenas, porque el pobre no tenía la
culpa de ser tan bruto para esto mi Teniente, porque esto no es para todo el
mundo y si le servía de algo al laso de mi soldado, que se imaginara que el de
la silueta era usted, mi Teniente, usted. Qué ocurrencias tan ásperas las
suyas, qué formita de joder la vida.
Pero mí soldado
Arenas era un lerdo: No lograba un promedio aceptable en la tarjeta de control
de tiro, el comemierda ese mi Teniente. No obstante todas las noches de
vigilia que se repitieron para lograr el objetivo; las noches que lo acompañó a
Usted a hacer sus rondas nocturnas pasándole revista al batallón de la seca a
la meca como “O.S”; las noches que se consumió viendo desfilar a los
imaginarias tanda a tanda, mientras le sacaba un deslumbrante brillo de
embolada americana a sus botas de caballería, dejándolas hechas un par de
espejos mi soldado; las noches que terminó el Arenas con sus pies hinchados
como tamales, de tanto andar descalzo a su lado. No aprendió, no
señor. Pero usted insistía como un buen maestro: El secreto era persistir
mi Teniente y apretar hasta el límite las tuercas que lo que no aguanta la
presión, revienta, y sanseacabó el problema. Después en la formación mi soldado
Arenas en posición de firmes, dormitando o a discreción y en las mismas, como
un caballo remolón mi Teniente: no oía las ordenes, no atendía las
instrucciones, no entendía nada de nada; una mula cerrera, y mi Capitán
se enfoscaba con esa molicie de mi soldado y lo jodía a usted, qué
vaina.
Pero mi Teniente
tan presto a hacer sentir la autoridad se encargaba de aleccionar a mi
soldado: de castigo “El Beso de la novia”(la boca del fusil apretada
entre los dientes ¡uf!! parado con los brazos en cruz ¡uff! hasta que se
adormilaran la nuca y la mandíbula del cansancio ¡ufff!);el “Copo de nieve” a
la hora de la ducha (en pelota mi soldado cubierto de espuma de jabón,
¡cataplum! corriendo y resbalando, ¡cataplum¡ cayéndose al patinar, ¡cataplum!
azotándose contra el piso de madera); “Curso de lancero y paracaidista”(saltando
de las literas al suelo, !Uf!, del suelo a las literas, ¡Uf!, con dos tulas
bien aprovisionadas sobre la espalda cargadas en cada hombro ¡aggh¡ y
regresando en cuclillas al lugar de partida!Ufff¡), delante de los compañeros
cada tratamiento para que aprendiera lo que era vergüenza Arenitas.Pero
ni así aprendió, que cabrón el Arenas. Siendo de la caballería parecía tener
oído de artillero para las instrucciones ese huevón. Un caso perdido mi
soldado, sí señor.
Mi Teniente se
acuerda el día que llevó al milico Arenas por última vez al polígono,
casi a las dos de la mañana, para que “gozara” de otra de sus ocurrencias
y antes de empezar le pidió a mi soldado que se le sincerara porque
él se le había convertido en un rompecabezas y ¡por Dios
santo usted ya no sabía qué hacer! Y mi soldado pazguato se le come
esa miel y le dice la verdad: que era que el no quería estar aquí, que el
simplemente era incapaz de matar a alguien, que ni en
la imaginación podía, porque él no tenía estómago ni para
acogotar pulardas y mucho menos para apiolar cristianos a plomazos.
Y usted se le quedó mirando como si lo comprendiera, hasta que ¡paf, paf, paf!,
lo cogió en una andanada de puntapiés y el pobre de mí soldado ni se defendió:
se dejó dar como un Cristo hasta que usted se cansó de la somanta y lo dejó
allí tirado y desmadejado y quejumbroso, para que lo despabilara la lluvia que
empezaba a caer y se fue de ahí, como si nada mi Teniente, a
seguir su vuelta solo:
-— Si le sobran las
objeciones de conciencia y los escrúpulos, váyase a la Avenida Caracas
por los lados de San Diego, adonde los maricas. En Bogotá abundan
lugarcitos para gente como usted, floripondio de mierda-fue todo lo que
le dijo antes de irse a mi soldado.
Los días de campaña
son los más arduos de la vida militar se fatigan los terrenos sin
descanso y se combate más de lo que se duerme, usted lo sabe, no le voy a
pontificar al Papa sobre el catecismo. El enemigo puede estar camuflado en
cualquier lugar mi teniente ¿cierto?, se tiene que andar cauteloso,
desconfiando hasta de los arbustos porque nunca se puede prever donde va
a saltar la liebre y ¡suaz! finiquitó el cuento y lo mandan a uno derechito a
dormir al cajón: hay que saber reaccionar si se quiere estar vivo mañana para
seguir deshojando almanaques ¿cierto mi Teniente? Por eso cuando estalló la
refriega y llovieron los disparos, fue la ocasión precisa para que mi
soldado Arenas le demostrara a usted lo que era capaz de hacer
bien motivado mi Teniente, eso a usted le consta no me vaya a decir que
no. Usted hizo lo suyo: apuntó y disparó pero fue una intentona mi Teniente, su
bala se fue al carajo y en cambio la mía no, fíjese, yo si metí donde era
a la capsulita de plomo: entre las cejas mi Teniente, ¡Crack! No, no se extrañe. Ni en el polígono
hubiera atinado así, yo lo sé: una diana como le digo limpiecita, una obrita de
arte.
—Yo sé que usted no
sufrió mi Teniente. No tuvo tiempo, no le di tiempo mi Teniente: ¡Pummmm!
Jorge Lineya
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