(Obra de la pintora colombiana Débora Arango)
Lleva horas
esperando viajar, sentada pacientemente sobre la banqueta del
paradero de buses y vestida aún con la bata de hospital. Aunque ahora el tiempo
no es un asunto que le importe o le preocupe, al arribar la
buseta se apresura a pararse. Se da cuenta que es la suya no tanto por la cara
de ángel del conductor(bonachona y amable), sino por el itinerario escrito en
la plaqueta del rutero en siglas y letras mayúsculas que no dejan dudas sobre
las estaciones a donde se dirige: “PURG-INF -PARAI(paradas obligatorias)”.
Cuando está segura,
al abrirse la delgada puerta automática plegándose hacia atrás, se sube y casi
de inmediato se sienta en la única silla que hay disponible y
que parece, a primera vista, reservada para ella. Sólo hasta que la ve
debidamente ubicada en su puesto, el atento chófer reinicia la marcha:
—Este es el único
mundo, en donde todos cabemos sin apretujarnos—dice la señora para el resto de
viajeros, mientras se acomoda en el asiento— y también es el único
turno que nadie nos disputa para tomarlo de primero, ¿no? Para saber eso tuve
que morirme hoy, caramba: un cáncer de mama que me ganó el pulso en un tire y
afloje bárbaro, me tiene aquí, saben. Ser una de nosotras no es un trabajo
fácil tampoco, el sacrificio que cuesta no hay quien se lo pague bien a uno acá
¿cierto? Yo me bajo en la Estación Paraíso según sé: de Purgatorio ya
tuve bastante con mi enfermedad, y de Infierno la vida entera.
Las almas que
la acompañan como pasajeras en el mismo viaje sin regreso, se la quedan
mirando, sin decirle nada (aunque bastante extrañadas con tanta
locuacidad), mientras el vehículo que las transporta a todas se adentra en la
carretera, y la ciudad se diluye afuera como la brumosa e imprecisa
visión de un sueño que al fin se deshace en el aire como si estuviera hecho de
calina, de vapor, o de nada.
(Jorge Lineya,
Santiago de Cali 2009)
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