“Una gran parte de la elaboración
del sueño consiste en la creación de tales ideas intermedias, a veces muy
chistosas pero con gran frecuencia harto retorcidas y forzadas.” Sigmund Freud
Esta noche Bruce Wayne ha tardado en
dormirse, para cuando al fin lo hace lo asalta un estremecedor e inexplicable
sueño: se ve a sí mismo
descendiendo en un zigzagueante vuelo de cometa humana con el que
se desliza lento y silencioso sobre el aire, entre un paisaje erizado
de rascacielos bizarros, lúgubres y tranquilos, abigarrados con arcos,
archivoltas, estatuas, gárgolas y cornisas que los hacen parecer santuarios
antiguos. Su enorme par de alas negras extendidas a lo largo y
ancho, forman una estrambótica estructura a contraluz, (que
recuerda uno de esos inventos voladores de Davinci) propicia para
sostener en el vacío, al anónimo ángel oscuro del siglo veinte que es él en las
noches urbanas, luciendo esa silueta de murciélago descomunal.
Cuando aterriza lo hace verticalmente,
con la gracia de una libélula como bajado por una fuerza poderosa e
invisible, que lo mismo que lo sostiene, lo atrae hacia el suelo con
sorprendente naturalidad y lo deja caer como una sombra sobre un
tenebroso y desolado callejón de Ciudad Gótica, en el preciso momento que una
banda de malhechores de rostros duros, grotescos y peligrosos (entre
malolientes nubes de humo de cigarros viciosos y murmullos
herméticos que se cruzan unos a otros) están concitando para la comisión
de uno más de sus espantosos crímenes.
Al verlo la bahorrina de pandilleros,
lejos de escapar intimidados por su aterradora facha de demonio nocturno, se
enfrentan a él de la manera más inesperada y decidida. Cada uno saca de sus
astrosos gabanes agudas estacas de madera; brillantes crucifijos de
metal; numerosos frasquitos de agua bendita debidamente etiquetados;redondos collares de ajo macho, además de sendos ejemplares de biblias sagradas
en ediciones de bolsillo, con los que lo enfrentan tal como si esas fueran
armas poderosas contra él:
—Va de retro Satana — le dice uno
de los vitandos pillos en un perfecto latín, mostrándole amenazante el Libro y
la cruz, e imbuido de una solemnidad sacerdotal.
Sin poder evitarlo ni entenderlo, e
impulsado por una repulsión visceral hacia esos signos y frases, Batman
horrorizado se escuda con sus brazos tras de su sombría capa, y de
rondón, huye de esos artilugios y de sus protervos dueños, como
perseguido por el diablo en una apretada maratón callejera por su vida.
Cuando Wayne agitándose, siente que la
muerte casi lo alcanza y lo atrapa (para sacrificarlo como a una criatura
demoníaca) se despierta sobresaltado, se busca con desesperación el
pecho, palpándose sobre la camisa del pijama el lado donde espera que
esté aún su corazón, tan intacto como lo necesita. Una vez lo encuentra, y
verifica el ronco golpeteo de sus latidos, descansa, suspira tranquilo y vuelve
a tratar de dormir después de tirar a la canastilla de basura (con un
envidiable tino de experto baloncetista), el ejemplar de Drácula, la novela de Bram Stoker de la que se había estado
ocupando, antes de abandonar su lectura y dejarla sobre su mesita de
noche.
(Jorge Lineya, Santiago de Cali 2000)
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