Las aluscinaciones son innumerables.Es lo que siempre he tenido:ninguna fe en la historia,olvido de los principios.Callaré:los poetas y los visionarios sentirían celos.Soy mil veces el más rico,seamos avaros como el mar (Rimbaud "Las aluscinaciones")
Bajo este cielo gris y su
luz de mañana
el tiempo todavía se
despierta nuevo y victorioso
y el viento, ese viejo
chasqui,
trae con él aún el olor de
las nubes,
y el frío
de las alturas eternas,
que nos hacen
sentirnos condenados a
esta vida, Padre.
Aquí están todos,
navegantes infinitos,
viajeros del tiempo y la
memoria:
los hijos de Sem,
los hijos de Cam
los hijos de Jafet,
quienes ahora son los
elegidos del cielo,
los arrojados del paraíso,
los últimos herederos
de la Tierra Prometida;
las semillas perdidas de Changó,
los olvidados hijos del
Sol,
los maldecidos hombres de
maíz, Padre.
Todos ellos están aquí
conmigo, Padre,
pasando
como soplos de aire;
caminando como espejismos
de barro;
viviendo como sueños de
elote, Padre.
Quienes tienen que llegar,
llegan,
quienes tienen que partir,
parten.
Bienaventurados sean entre
ellos
los que no coman jamás en platos
de oro, tu cuerpo,
ni beban nunca en copas de
plata, tu sangre,
Padre, porque de ellos
serán un día,
para trashumarlos,
los pródigos suelos de
otro reino.
Aquí están todos lo
repito:
los fugitivos de la vida,
los prisioneros del
silencio,
los albaceas de la
soledad,
los náufragos del
progreso;
los herederos del olvido y
la miseria, Padre.
Para todos ellos,
las calles de las ciudades
se abren como canales
generosos, y
las avenidas cruzan como
ríos dóciles hacia
un inmenso mar de nada,
donde
los viajeros se pierden
siguiendo en hordas,
estúpidos cantos de
sirenas.
Pero aun en esta
epopeya inútil
(sin rapsodas que la
canten en versos eternos),
sólo hay que encausar los pasos con la mirada
fija en algún punto,
que en cualquier parte se
adivina
el horizonte, Padre.
Padre mío.
Padre Nuestro.
Padre de todos, hasta de
los oscuros mercaderes de
la felicidad
y el gozo.
Padre, Padre, Padre
que estás en los cielos,
no te quedes allá,
ven con nosotros una vez más
a sufrir
nuestra humana miseria,
y tu divina y eterna
misericordia.
Padre nuestro que eres,
Padre nuestro que vives,
Padre nuestro que habitas,
Padre nuestro tan nuestro
como
el Sol y la Tierra.
Te necesitamos en
cada latitud de tu
reino de barro
, Padre:
en el suelo que pisamos,
en el agua que bebemos,
en el aire que respiramos,
en el fuego en el que
ardemos
como ofrendas triviales,
mientras
nos hacemos
polvo y ceniza que habrá
de
perderse
eternamente en el olvido.
Necesitamos caminarte,
beberte,
Padre; verte arder,
oírte crepitar día y
noche, Padre;
respirarte para saberte
aún vivo
y perenne. Deja de parecer
una bella
mentira, reinando
entre las nubes como un
dios lejano
al que todos mis
semejantes miran,
adoran y odian, con
el mismo devoto
corazón.
Padre: el tiempo pasa y
este mundo
en tu nombre se destroza,
como un espejo
de cristal, donde tu
rostro
no se ve pleno
porque
tal vez tú, seas
la suma de todos nuestros
rostros,
(sin ser al fin ninguno),
o porque tal vez
los ojos que nos diste
sufren
todos de la misma miopía, y
las lenguas de
la misma dislexia,
que nos heredaste
tan generosamente,
no sólo para no
entendernos,
sino para no entenderte,
Padre.
No quiero beberme más
tu sangre
ni comerme más tu cuerpo:
el mundo,
Padre, se bebe ya mucha sangre,
y se come ya
muchos cuerpos, como un
titán caníbal
que no redime a nadie, ni
se harta tampoco.
Por eso tú, Padre, tú
tienes que ser
más que sangre,
y carne, y salvación y
vida eterna,
en ese lejano
día que nos promete el mañana.
El día es hoy, Padre:
sálvanos hoy
de esta vida de
arcilla y cieno a la que nos condenaste.
El futuro siempre llega tarde para quienes
en un segundo pueden perderlo
todo, hasta la cordura,
o pueden ganarlo todo, hasta el Paraíso,
(o en el peor de los casos un viaje a
Disneylandia
o a Las Vegas).
Sálvanos hoy, redímenos hoy,
se generoso hoy con quienes
te necesitamos;
cálmanos hoy a cada uno
de nosotros
la sed
de justicia
y el hambre de felicidad.
El infinito y más perfecto de los
días es hoy Padre. No nos enseñes
a diferir
lo impostergable, porque aquí
somos
buenos alumnos y
mejores maestros.
No nos vayas a castigar después
por aprender
bien tu lección y enseñarla
a sangre y fuego.
Sólo hay que tener claro
para donde
se va, nos dicen los
antiguos
corsarios del progreso,
que aún navegan el siglo
saqueando sin misericordia
las costas
de nuestros sueños.
Sólo hay que saber hasta
dónde se llega,
nos advierten los viejos
capitanes de la luz,
que abarloan sus naves
para rescatarnos, sin
júbilo,
a la orilla del tiempo.
Santificado sea tu hombre,
Padre,
y su mujer
y su prole, y el milagro
de su semilla perpetua,
con el que multiplicamos
dolorosamente
nuestras agonías
y nuestras muertes,
por los siglos de los
siglos.
Bienaventurados sean los
locos
y los profetas,
porque de ellos no será
el perfecto, el razonable,
el maldito,
el infame
Reino de los Cuerdos
ni de los
elegidos.
Ahora yo te digo, Padre:
hay que
creer más
en los sueños que en las
utopías.
Venga pues a nosotros
tu Reino hoy, Padre,
y tú ven con él a
compartir como un viejo
hermano nuestro salario,
Padre, y nuestra casa, y
nuestra
mesa (bajo el techo que
legaste
a las estrellas y a los
pájaros),
antes que la próxima
bomba
apocalíptica
estalle, o la última plaga
homicida
cunda como una maldición
sobre la tierra.
¿Hay acaso, que creer más
en la
simplicidad de tu palabra
que en la elementalidad de
la razón?
y por eso hay que vivir
que igual, Padre,
la muerte se acuerda de
nosotros;
por ello hay que soñar,
Padre,
que igual la vida se
olvida de nosotros:
los minutos aquí (tú ya lo
sabes),
huyen como bandadas
de gaviotas
hacia el sol,
y yo ahora te busco con ellos
desde mí acosada proa.
El tiempo es un mar que
pasa
duro, muy duro;
pero es tu mar, Padre:
el piélago, que navegamos,
el océano de tu gloria,
el mar nuestro de cada día
y te lo agradecemos como
si fueran el pan
y el agua.
Hágase pues, tu voluntad
aquí,
tanto en la guerra
como en el duelo y en el
fuego
de todos
los infiernos que arden
sobre la tierra
con tu bendición, y
en los pomposos y
perfectos
paraísos que construimos
sin tu permiso
y sin tu presencia, Padre.
Líbranos de todo bien
que nos pese como una cruz
y que no nos deje
ser felices ahora y
siempre, Padre.
Ulises hace ya tiempo
encalló
por última vez
entre los senos de
Penélope,
y Eneas,
el bendecido,
es ahora el todopoderoso
emperador de un Palacio
Blanco, donde moran y
medran los sucios
y avaros
esquiladores
de tus rebaños.
Y Simbad, Padre mío,
ahora hurga como una
medrosa rata las entrañas
del desierto, buscando un
oro oscuro
y líquido,
para saciar la sed
parásita
y sin límites de las
"Petroleum
companies”.
Este es tu mar y es el
nuestro,
el mar nuestro de cada
día,
no lo olvides, padre.
No te olvides de nosotros.
Padre.
¡Amén!
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