"Las personas mayores me aconsejaron abandonar el
dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas y poner más interés en
la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad
de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor". (Antoine de
Saint-Exupéry)
Nadie me cree: a mí nadie me cree nada, ni mi mamá, ni mi papá, ni Tina. Nadie. No sé por qué si siempre digo la verdad. Yo no sé decir mentiras. Un día de estos me voy de aquí bien lejos y los dejo a todos para que aprendan a creerme, y no se burlen de mí, y no me estén diciendo mentiroso, que eso me da rabia (así la rabia sea sólo cosa de perros como me dice Tina).
Herodes es mi
hombre murciélago. A Herodes yo lo llamo como quiera y él igual me entiende:
murciélago, mucílago o murgacilo, siempre sabe que es él y viene cuando me oye,
aunque no le diga bien ni el nombre con el que lo bauticé(a veces digo
Herudes): no es como mi profesora Tina que siempre anda corrigiéndome el
cómo digo, o como hago, o como escribo las cosas, haciéndome ruborizar
con sus aires de sabelotodo.
Herodes no es
pariente de Batman eso se lo dejé muy claro el día que lo inventé: iba a
quitarse sus alas aerodinámicas para guardarlas en mi armario y acompañarme al
colegio como si fuera mi hermano, pero no pudo porque estaban pegadas a
su espalda y se abrían como un par de abanicos grandes y membranosos cuando
necesitaba volar. Le dije que mejor se quedara muy juicioso en la casa
durmiendo, o entreteniéndose con mi “Armo-todo”. porque la gente en la calle se
iba asustar mucho con un hombre murciélago que no fuera Batman ni se le
pareciera. Se quedó llorando pendiendo del perchero como un colgajo feo,
mirándome desde su cabecita con sus ojos vidriosos y pequeños igual que
dos botones negros, muy negros.
Ese
día lo primero que mi mamá me dio al llegar a mi casa fue un besote en la
mejilla, me apretó contra ella como si quisiera exprimirme, me cargó, me
despeinó con sus apapachos y sus viarazas y me felicitó por haber dejado la
cama hecha, la habitación ordenada como nunca en mi vida. Me dijo que no podía
creerlo cuando lo vio, que había que hacer una rayita en el almanaque para
tener en cuenta el día, la hora y el año de ese fabuloso milagro: la cama
hecha, los juguetes en la repisa, los zapatos en el zapatero, los libros en la
biblioteca, el escritorio ordenado. Todo en su lugar. Cosa de duendes como para caerse de espaldas.
Se lo traté de explicar diciéndole la verdad. No había sido yo sino Herodes mi hombre murciélago, pero entonces apagó su sonrisa, puso su cara de regaño y me preguntó que cuando iba a dejar tanto embeleco, porque si no un día de estos me iba pasar lo del pastorcito, o me iban a salir mogotes y cola de diablo, o se me iba a crecer la nariz como a Pinocho. No me creyó: no me creyó ni aunque le mostré a Herodes pintado en mi cuaderno de dibujo con crayones. Le pedí que subiera al cuarto para que lo viera ella misma colgado en el ropero, pero no quiso. En cambio me mandó a bañar rápido para que almorzara y le bajara la temperatura a la fiebre de embustero:
—Te hace falta un hermanito, a ver cuándo te lo encargamos con papá —me amenazó-—.Lo de ser hijo único te está dañando, so gran carajito.
Después de manducarme la mesa, hice mis tareas y Herodes me ayudó. Él es el hombre murciélago más inteligente de todo el mundo. Sabe matemáticas, historia, geografía, dibujo, geometría y ortografía y otras cosas que ni Tina sabe. Tina se quedaría con la boca abierta si conociera a Herodes:
—¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyy!
Mi mamá lanzó un grito de proporciones cósmicas, cuando pescó a Herodes sentado sobre la mesa de mi pupitre, acurrucado entre sus alas, señalándome con su brazo esmirriado y peludo, una página de mi revista de comics. Herodes se asustó con el alarido y salió disparado como un jet por la ventana, sin decirme ni adiós. No ha vuelto por acá desde ese día.
Mi mamá lanzó un grito de proporciones cósmicas, cuando pescó a Herodes sentado sobre la mesa de mi pupitre, acurrucado entre sus alas, señalándome con su brazo esmirriado y peludo, una página de mi revista de comics. Herodes se asustó con el alarido y salió disparado como un jet por la ventana, sin decirme ni adiós. No ha vuelto por acá desde ese día.
Mis papás me castigaron. No me dejan leer cuadernos de historietas desde que se enteraron por los periódicos que un hombre murciélago anda aterrorizando la ciudad de Cali, pero la culpa la tuvo mi mamá por gritona. A mí no me hace falta ningún hermanito, para eso tengo a Herodes que el día menos pensado vuelve por acá: si no lo conoceré yo qué lo inventé.
Ojalá
Tina se encuentre con Herodes.
(Jorge Lineya, Santiago de Cali, Colombia,1986)
Lo pensé inicialmente como un cuento infantil y así se quedó.
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