Aunque parecía morir porque todo
Sinabria por el mes de abril en el día siete que caía domingo, justo a las doce
de la noche con la doceava campanada del reloj de la iglesia principal, se
hundía en un letargo profundo y de él sólo despertaba el siguiente año por el
mismo mes en que el domingo volvía a caer siete, dando inicio a un carnaval que
duraba una semana porque los lugareños se levantaban como resucitados a
empezar la fiesta de su nueva vida( lo cual se había convertido en la
mayor atracción turística del país y los viajeros de todas los rincones del
mundo llegaban allí a agolparse en la plaza central junto con los altos
dignatarios del gobierno local y nacional, para presenciar su maravilloso
despertar): evento que inclusive se transmitía por radio y televisión en todos
los noticiarios nacionales y extranjeros. Esta vez, cumplidas las
condiciones, el pueblo y sus habitantes se habían pasado de la fecha
consabida para su despabilamiento. Ni los pájaros, ni las vacas, ni los
perros ni los moscos, ni la gente ni ninguna criatura de la tierra o el agua de
Sinabria se despertaba con el paso del tiempo: sus quinientos y tantos días de
sueño ya sumados, después del plazo acostumbrado, fueron algo
alarmantes.
Nada había podido hacer la ciencia por
esa multitud de durmientes impasibles, y el Presidente de
la República lo había declarado Asunto de Estado con el carácter de
“Emergencia Nacional” por los efectos devastadores que le estaba causando y le
podía llegar a ocasionar a la economía del país que ya sentía la perdida
de millones de pesos, por ingresos no percibidos gracias a la gente que había
dejado de llegar al conocerse en el mundo la desoladora noticia: se había
pedido la ayuda de todos los vicarios de la Nación(como representantes
beneméritos de Dios y la Santa Iglesia Católica en el país)para que desde todas
las latitudes se orara en las parroquias mientras en el lugar se hacían
fervorosas procesiones en honor a todos los santos y todas las vírgenes
del santoral clamando por la ayuda celestial. Pero de tanta agua bendita que se
regó por las calles en tanta procesión petitoria y multitudinaria, se consiguió
el milagro equivocado: en una sola noche llovió tanta agua que el río
epónimo se creció y el pueblo terminó inundándose hasta tapar las torres de los
campanarios de las dos iglesias del pueblo.
Tan tremendo dilema, llegó a oídos de
otros jefes religiosos nacionales y extranjeros, incluidos pastores, ministros,
magos, brujos y maestros de todas las creencias y ciencias
ocultas posibles y conocidas y otras suertes de taumaturgos y
embaucadores que arrimaron como moscas al muladar y por primera vez se vieron
desfilar inmensas caravanas de barcos de todos lo calados con banderas de naciones
que ni siquiera figuraban aún en los libros de geografía, para traer el auxilio
sobrenatural que parecía faltar: se llegó al extremo imperdonable de hacer
invocaciones al Diablo pero como la desgracia del pueblo no parecía ser obra
suya ni se apareció él, ni mandó a nadie a dar explicaciones en su
nombre.
En un último esfuerzo desesperado
volvieron los médicos pero ninguno halló la cura al extrañísimo mal: lo definieron como una especie
desconocida de “catalepsia infinita” o “coma suspensivo” pero la hediondez de
difunto que empezó a adueñarse del aire de Sinabria, no sólo
ahuyentó las esperanzas de lograr el milagro restaurador que se necesitaba,
sino las buenas intenciones para seguirlo intentando.
Tan magnífica adversidad terminó
siendo derrotada por los vientos que trajeron con ellos un nuevo
diluvio. La turbonada acabó por desbordar los otros ríos de las
poblaciones vecinas hasta sumir a Sinabria muchos metros bajo el agua para
convertirlo en un recuerdo de cuento: las fuertes corrientes le hicieron el
servicio a la nación de llevarse los muertos al fondo del mar a donde
desembocaban.
Como apurado por fuerzas sobrenaturales
el aluvión perdió pronto su sórdido semblante de pueblo ahogado y las
aguas volvieron a sus cauces y un mes después hasta el sol volvió a mostrar su
cara por las mañanas en todo su esplendor, sobre las ruinas del reciente
desastre. El lugar permaneció deshabitado unos meses más, hasta que los
gobiernos, nacional, departamental y municipal planearan como
volver a repoblarlo.
Al cabo de un año afloró una nueva
fundación que no sólo fue capaz de volver a reconstruir a Sinabria tal y como
estaba el día antes de su desgracia, sino de hacer olvidar la bíblica tragedia
y hacer creer a todos los habitantes del país que ahí no había pasado nada y
que aquella calamidad increíble de los aletargados que nunca despertaron no
había sido más que un mal sueño. Sólo un mal sueño de esos que hasta los
pueblos tienen.
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