¡Su cuerpo de son reboza!
¡He aquí a Celeste
Mendoza!
Celeste Mendoza abarca a
Cuba en una canción,
el corazón le palpita al
ritmo
del guaguancó.
Con falda apretada baila
la rumba en tiempo
de son, taconeando por la
calle que
le va abriendo el tambor.
Celeste Mendoza encumbra
la negra gleba
de Cuba dejando
al tambor yoruba
-con el alma de madera-
que por su cuerpo le suba
de los pies a las
caderas
hasta la negra corona
que eriza su cabellera.
Bailadora, bailadora
mulata
hija del muntú,
serpiente india,
serpiente negra,
serpiente blanca
con su traje de hechicera.
¡Sí, la guitarra mestiza!
¡No, la guitarra española!
Que la rumba suena sola,
sin madrinas ni nodrizas.
Celeste Mendoza plena,
todo su cuerpo lo ondea
y en el vuelo de su falda,
invoca como una orisha,
la magia de las palmeras.
Celeste Mendoza, hembra
rumbera,
toca sus tetas salvajes,
mientras la clave
le arrea
las manos sobre su traje,
y con su mirada obtusa
mira,
ríe y coquetea,
acariciando la blusa con
su lujuria altanera.
¡Orunla sabe tus pasos!
¡Orunla te ve bailar!
y él te quiere en el
batuque,
y en la fiesta patronal.
El vientre llama a la
mano,
para que palpe el incendio
que sobre el pubis crepita:
Celeste se contonea,
camina,
baila y flamea, y en la
voz
cantando, grita,
su devoción a Changó:
¡Ya vuela azul por el
aire,
la letra de un guaguancó!
Cimbrando sus nalgas solas
bajo la trampa
de tela, obedeciéndole
al palo que con el palo
golpea,
Celeste se enseñorea:
Ella esclaviza al Rey Falo
con su goce de mulata,
él siguiéndola tantea,
mientras ella se arrebata.
¡Así lo quiso Elegba!
¡Así lo mandó Changó! :
¡Tu cuerpo para la rumba!
¡Tu voz para el guaguancó!
Sobre el suelo de madera
reclamando
la llanura, Celeste andar
de pantera
suelta entera su negrura.
El retumbo de las congas
en
su cintura se enreda
y aunque no se lo
proponga,
ahí amarrado se queda.
Celeste Mendoza acaba la
rumba
cuando ella manda,
y sin callar los tambores,
la sigue como a su santa,
sumisa toda la negrada.
(Jorge Lineya, Santiago de Cali,2000)
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