"Dios que salva el metal, salva la escoria y cifra en
su profética memoria, las lunas que serán y las que han sido".
Jorge Luis Borges
Abdel Jabbâr, el suní, tiene fe en
Alá y en las sagradas palabras del Profeta. No ha cruzado el vasto mar sólo
para morir a manos de un impío. Él, un hijo de Ismael y del
desierto, ha venido a al – Andalus (donde el agua y la tierra son una
misma bendición), a anticiparse el paraíso que el Corán le ha prometido.
Quiere ser el primero en entrar a la batalla y el último en
abandonar el campo, con su cimitarra bañada con la sangre de los infieles que
defienden a Granada: no en vano es un soldado en el ejército de Táriq Ibn
Ziyad, comandante al servicio del valí del Magreb.
Al asaltar la
soñada ciudad, en medio del sorpresivo ataque nocturno, una figura insidiosa
parapetada tras la densa oscuridad que los cerca, se le atraviesa
desafiándolo y cerrándole el paso, tal y como lo esperaba. El árabe no titubea
y enfrenta de nuevo a su enemigo como ya lo ha hecho ayer y lo hará
siempre: él no conoce el miedo a la muerte, vive para la yihad.
Sin pensarlo embiste aquella sombra ofreciéndole con firmeza
el filo de su saif, dispuesto a honrar una vez más al Islam con su
sacrificio o su victoria.
Cuando ve a su
adversario iluminado bajo la inesperada luz lunar, el
ismaelita reconoce en él su propia estampa reproducida como en un
bruñido espejo de metal( salvo el color de la piel, y
la cruz cristiana en el pecho del español, nada los diferencia). El
horror asalta a Jabbâr y lo refrena: no puede entender como bajo este
cielo, el Todopoderoso, pudo depararle tal aberración y tal destino. El otro
parece también asaltado por el mismo pavor y la misma duda.
Ambos levantan ahora sus
manos inermes hacia el infinito, dirigiendo sendas oraciones a su
Dios. Ambos deciden dejar el duelo que los busca por enésima vez, para
otro día incierto (si acaso tal despropósito puede darse en la
secreta urdimbre que teje el tiempo). Ambos se alejan en sentidos
contrarios buscando otros combates y otros enemigos. Ambos se
despiertan en tierras lejanas, sobrecogidos por la misma
pesadilla que los persigue como una sombra desde hace muchas lunas. No existe
para ninguno de los dos un odio más reciproco como el que se profesan sin aún
conocerse, ni tampoco un asombro más auténtico que este perturba el
fondo de sus almas, después de revivir el mismo sueño.
(Jorge Lineya Santiago de Cali,
Colombia 2005)
No hay comentarios:
Publicar un comentario