BIENVENIDOS

POR RAZONES AJENAS A MÍ Y POR CAMBIOS EN LA POLÍTICA DE PRIVACIDAD DE BLOGGER ,MI OBRA POÉTICA "DECLARACIÓN" HA SIDO CENSURADA Y VETADA UNILATERALMENTE POR EL ADMINISTRADOR DE ESTE SITIO. MI POEMA PUEDE SER LEÍDO EN :http://www.poesiasolidariadelmundo.com/2015/02/declaracion.html?spref=fb O EN http://www.mundopalabras.es/poesia/declaracion-2/

POR CONSIDERAR QUE LAS ÚLTIMAS DISPOSICIONES DE GOOGLE EN BLOGGER PARA CENSURAR LA PUBLICACIÓN DE CONTENIDOS EN LOS BLOGS ,ATENTAN CONTRA LOS MÁS ELEMENTALES DERECHOS CIUDADANOS COMO LA LIBERTAD DE OPINIÓN,DE EXPRESIÓN Y DE CONCIENCIA, ME PERMITO INFORMAR QUE ESTÁ ES LA ÚLTIMA PUBLICACIÓN DE MI OBRA EN ESTE ESPACIO VIRTUAL.Uno de mis nuevos blogs en donde pueden encontrar mis obras es:http://elreinodeldragon.blogdiario.com/1427218723/
y en https://elreinodeldragon.wordpress.com/author/jorlineya64/
MUCHAS GRACIAS A TODOS MIS LECTORES..QUIENES DESEEN CONTACTARME PUEDEN HACERLO EN EL SIGUIENTE CORREO:

JORGE LINEYA(aestrel20@gmail.com)

BLOOGER INSISTE EN CENSURAR EL TEXTO DE MI POEMA "DECLARACIÓN" A SABER LOS VERSOS:10,18,23,25,26 y 44 DE MI OBRA.EL ÚNICO CAMBIO QUE YO LE PUEDO HACER A CUALQUIERA DE MIS OBRAS ES EL QUE NAZCA DEL ERROR,BUSCANDO CORREGIRLO (SEA UN ERROR GRAMATICAL O DE SINTAXIS POR EJEMPLO ) DE LO CONTRARIO TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Y EN ESTE CASO ..TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Si mis publicaciones aquí se ven mal presentadas o defectuosas no es mi responsabilidad tampoco yo sé porque está pasando eso.

BIBLIOGRAFÍA DEL AUTOR:

Como autor mi seudónimo es Jorge Lineya: el apellido Lineya es una suerte de anagrama del nombre de mi desaparecida compañera Anyeli q.e.p.d ( 1966-1998) quien me apoyó en vida en mis inclinaciones literarias mecanografiando muchas de ellas y a quien le quise hacer un homenaje dejándola hacer parte de mí, como escritor.Como autor mi obra narrativa ha sido publicada en medios virtuales como la Revista Axxón ciencia ficción(http://axxon.com.ar/ en Argentina) ,donde se me publicó inicialmente como resultado de un concurso literario promovido por esta revista y cuyo premio era la publicación de las obras seleccionadas por el Consejo Editorial de la misma, siendo así como noviembre 2009 se publicó allí, mi obra GRAFFITI en su número 201.Posteriormente como colaboraciones en esta misma publicación han aparecido mis obras en las siguientes ediciones : en noviembre de 2009 LA ORDEN (MICRO) número 202; EL MINOTAURO(MICRO) en 2010 , número 204; EL REBELDE y GATO (MICROS) en octubre de 2010, en el número 211; NEMÉSIS (CUENTO) en agosto de 2012 en el número 233 ; y en septiembre de 2012 COSTUMBRE(CUENTO) en su número 234.Soy parte también en Argentina de un publicación llamada “TRIPLE C Cofradía del cuento corto (http://triple-c.ning.com/) donde los autores auto-publicamos y nos sometemos al escrutinio de los cofrades. En este blog he publicado: 29 poemas y 26 obras narrativas entre cuentos, relatos y micros.

Recientemente en febrero de 2014 se me ha publicado en la revista COSMOCÁPSULA(http://cosmocapsula.com/ en Santiago de Cali) donde mi obra "El aprendiz" hace el debut de mi narrativa en territorio colombiano(aunque sea virtual),en un espacio ajeno a mí.

Tengo una novela (COMUNIÓN) sobre mis experiencias en mi vida militar durante la prestación del servicio obligatorio.Soy nacido en Cali,Colombia.Las publicaciones en físico de mi obra se han dado así: en El Premio Algazara convocado por la Editorial Hipalage en España en 2010 , se escogió el micro “Graffiti” (de entre 878 textos que llegaron) para publicarlo en un libro con el título “Cuentos Alígeros” con otros 326 seleccionados. Este mismo micro ganó en 2013 un nuevo premio de publicación en físico en e l concurso Porciones del Alma” de la editorial(¿) Diversidad Literaria también en España(¿).Tengo en mi haber, un total de sesenta(60) obras registradas en la Dirección Nacional de Derechos de Autor de Colombia,entre narrativa,poesía y prosa.

Mi obra poética por su parte ha tenido acogida igualmente en España en la página "POESÍA SOLIDARIA DEL MUNDO" (http://www.poesiasolidariadelmundo.com/) que dirige en buena hora, FERNANDO SABIDO SÁNCHÉZ.

Escribo para ser leído ,no para ser aplaudido.Muchas gracias por su lectura.














lunes, 16 de enero de 2012

Mongo Santamaria - Mambo Leah

mongo santamaria & dizzy gillespie - virtue

Sofrito - Mongo Santamaria

Mamblues - Cal Tjader y Mongo Santamaría

Dizzy Gillespie Mongo Santamaria Afro Blue.swf

Mambo mongo - Mongo Santamaría

LA NIEBLA



"El miedo no lo causan, ni las cosas sucedidas ya, ni las que en el acto suceden, sino las que se esperan; porque el miedo no es más que la idea de un mal inminente". Sócrates.


Desde la ventana de su habitación la ciudad parecía borrada por el banco de niebla   que había arribado con la oscuridad. Esa visión le trajo a la memoria una vieja película de John Carpenter que había visto en la televisión, la noche anterior. En un  momento fantaseó pensando que esa cosa blanca, densa y etérea  que invadía la calle mansamente, traía una amenaza parapetada tras de ella y el mismo podía  estar en peligro. Pensar eso sin embargo le resultó  tan estúpido,  que se sonrió (riéndose de sí mismo) y después corrió las cortinas  tras los cristales para olvidarse de su miedo y de los insanos desvaríos de su imaginación.

—“Homo, homini  lupus”—sentenció con un tono solemne—De lo  que más debe cuidarse un hombre es de sus  semejantes—afirmó convencido, mientras caminaba hacia uno de los muebles de la sala para sentarse, desinteresándose por lo que pasaba afuera.

—A mí lo que me debe preocupar son los enemigos reales que  me he procurado yo mismo, luchando contra este gobierno de mierda, lo demás son carajadas— dijo sin rabia.

Luego se tumbo sobre el sofá y durmió  con un abandono de  perro. La mañana lo despertó con el barullo de las primeras horas de un día de trabajo normal aunque según recordaba la  víspera había sido sábado: bastó una nueva mirada desde su ventana para darse cuenta que esa no era la  ciudad en que se había acostado a descansar  y ni siquiera su habitación resultaba ser la misma. Sin cambiarse su pijama salió abruptamente del cuarto, descalzo como se había levantado, buscando afuera alguna  explicación a primera vista, pero la pensión que había habitado en los últimos  años no estaba por ningún lado con sus paredes, ni sus puertas, ni sus espacios, ni tampoco estaban las personas con las que se había habituado a ese rutinaria vecindad que si bien nunca caía en una relación estrecha con nadie( de esas que uno pudiera llamar una amistad), era en esencia  suficiente para no sentirse solo ni aislado.


Se le ocurrió salir a la calle a para encontrar una familiaridad, que le devolvieran  el sosiego  y la cordura, que  estaban a punto de deshacérsele como una torre de naipes, pero ni la avenida, ni los edificios, ni la gente que pasaba eran los mismos de todos los días  (tal y como los  tenía registrados en los estancos de su memoria): los paisanos que conocía y con quienes se trataba  de marras en el barrio, no asomaban sus rostros por ninguna parte. Un ejército de usurpadores había tomado sus lugares y lo miraban ahora con otros ojos y otras caras, desde una fría y hosca lejanía, haciéndolo sentir como un advenedizo recién llegado, aunque la verdad era que para él, eran ellos los forasteros. Parecía como si durante el sueño le hubieran cambiado de lugar  su vida, su día, su mundo, todas sus cosas, sin ocuparse de avisarle (hijos de puta, pensó):

—Hijos de puta—dijo con inusitado pavor, pero sin gritar, midiendo las palabras — ¿Me jodieron, nos jodieron a todos?


Empezó a inquietarlo una mezcla incierta de estupor y de miedo: no sabía qué hacer, ni que decir. Presentía que la más mínima palabra o la más trivial de las actitudes lo iban delatar como un auténtico extraño fuera de lugar, y sólo atinó a quedarse sembrado en la acera mirando al mundo girar a su alrededor un largo rato que pareció eternizarse inevitablemente, hasta que tratando de sacudirse la morbosa sensación que lo invadía con una súbita infección de temores y de dudas, buscó el vidrio de una de las vitrinas del bulevar para verificar en el reflejo transparente si al menos él era él y no otro acordándose de otro(como la Sybil del libro que había leído alguna vez). Cuando vio su imagen tal cual la recordaba, respiro tranquilo y cerró sus ojos esperando que al abrirlos   (como quien se despierta  de un mal sueño), todo lo extraviado y extrañado estuviera  de nuevo en su sitio. Pero cuando lo hizo, el descuadernado mundo que lo inquietaba y lo sitiaba, seguía intacto, atrapándolo, mirándolo, acosándolo con su omnipotente presencia.

Se restregó la cara con sus manos abiertas como si se la limpiara, para tranquilizarse, pero eso sólo lo hizo sentir aturdido y ridículo y en un gesto desesperado golpeó el cristal con un puñetazo tan fuerte y seco que causó un estruendo de  defenestración y de  vidrios rotos que al caer además de la debacle, le ocasionaron unas cuantas laceraciones en varias partes de su cuerpo. El dolor y la sangre de sus heridas terminaron por encararlo a lo obvio: esa realidad existía y él era parte de ella de manera inexplicable y asfixiante.

— ¡Loco, maldito loco! — gritó el dueño del negocio que le recordaba a un viejo oficial de la DIN (Dirección de Inteligencia  Nacional) que alguna vez lo había detenido para indagarlo por sus actividades políticas y quien después llegó con una terna de  policías, los cuales en principio le prestaron al herido unos pobres y desganados primeros auxilios, antes de interrogarlo y detenerlo por daño a la propiedad  privada y por perturbación del orden público.


Cuando lo subían al furgón policial recordó la niebla y empezó reírse  tratando de explicarles en vano el turbio asunto a sus acompañantes, hasta que llegaron al hospital  para enfermos mentales. Durante el viaje los uniformados hablaron de psicosis, de los mendigos y de los orates que se multiplicaban infaltablemente  en la ciudad por las épocas de luna llena, los cuales en todo caso eran  más fáciles de manejar que los opositores políticos o que los insurgentes armados.

—Nadie se ocupa de los malditos dementes en este mundo: no hay abogados, no hay organizaciones internacionales vigilando, no hay ayuda, no hay nada.  Simplemente no hay quien tome en serio lo que dice un tronado loco con su psicosis. Ni su puta madre.

— ¡Jajajajajajajaja!— rieron todos, burlándose de él (que había estado sentado como embelesado, en la butaca del camión),  celebrando la procaz observación del compañero.

Aquello  dejaba entrever que el plan de seguridad nacional, implementado por el último gobierno,  estaba funcionando, pasando de la antropofagia del Estado devorador y aniquilador de sus enemigos, a la exclusión sistemática por sanidad de quienes disentían del régimen.

—“Psicosis”, Alfred Hitcock, Anthony Perkins, Janeth Leigh, 1960—les dijo a los hombres para demostrarles su absoluta lucidez, pero sólo logró de ellos unas miradas de extrañeza y rechazo, que lo hicieron sentir más perdido y ajeno de lo que esperaba.

Al llegar,   sus obligados escoltas se bajaron con él del vehículo y lo entregaron sin pasar de la puerta    al  personal del hospital que lo aguardaba y que lo recibió como si se tratara de un antiguo y consuetudinario visitante. La nueva comitiva no le resultaba más amable.

-¿Otra “crisis” maníaco-depresiva? – preguntó sin mirarlo y con un dejo de ironía, el hombre que traía colgando en el bolsillo de su bata el carné de identificación con una seria foto, al lado de la cual  resaltaban las palabras  “Director Médico”.

—Así parece Doctor, como los perros gallineros estos loquitos nunca dejan sus resabios — le contestó  el oficial con un gesto burlón mal disimulado.

—Ya saben donde llevarlo— se volvió el hombre a decirles al par de enfermeros que le acompañaban.


Mientras caminaba flanqueado y conducido por los auxiliares que lo apresuraban con un paso castrense, los exhaustos ojos del hombre se llenaron de un profundo terror al recordar de golpe  el lugar. Allí en cada habitación, en cada pasillo,  al otro lado de cada muro y  afuera en el descuidado jardín, vivía el monstruo que lo perseguía. Ese era el maldito y olvidado reino de la niebla, la misma que   recalaba ahora por debajo de las puertas nublando el ambiente y transformando  las paredes blancas y limpias de aquella clínica, en los mugrientos, fríos y oscuros muros de una prisión, y de cada hombre y cada mujer allí, prisioneros o guardias, en una mutación enfermiza que todos parecían  ver y entender, menos él.


En el piso subterráneo donde lo confinaron oyó de nuevo el espantoso accionar de la maquina que producía la niebla, el calor del infierno que la movía  llegaba hasta su celda con el hedor de la sangre y los restos humanos que se pudrían entre sus piezas. La había oído otras veces alimentarse con cuerpos  muertos  o vivos, a los que hacia crujir mientras los devoraba parsimoniosa y cruel, haciendo un ruido espantoso en medio de los aullidos demenciales de quienes se enfrentaban al suplicio, mientras los apretados dientes de sus ruedas metálicas   aplastaban, jalaban, reventaban y molían hasta la última fibra de músculo, cartílagos  y  huesos. Haciendo una labor  más eficiente  que los oscuros y depravados torturadores de los viejos tiempos en las antiguas y sucesivas dictaduras de los Generales, durante todo el siglo pasado.


Su alarido liberado por el portillo, se perdió sin eco y sin respuesta en los corredores solitarios y abominables del sombrío edificio, sin que nadie pudiera escucharlo; mientras le llegaba el día y la hora de ser el pábulo que cebaría, y haría girar una vez más la poderosa y eterna máquina de la niebla.


(Jorge Lineya Santiago de Cali, Colombia-2002)



MAL FARIO


Sacrificar es dar a los dioses. Orar es pedirles.
Sócrates


El espectáculo no era sólo el traje de luces junto con el estoque, rutilando en su fútil juego bajo la tenue sombra de un cielo   que ya empezaba  a apagar las postrimeras luces  de la  tarde: era también el brillo de su mirada entreverando la ansiedad por el choque  y el miedo por el resultado, luchando por imponer su arduo  balance, en el calmado gesto de arrojo con el que  se enfrentaba a la última arremetida de la bestia (algo que se le amplificaba en el alma, al percibir el  respetuoso silencio de las tribunas  calándosele en  los oídos, como la callada petición de un  dios que le demandaba  sangre y  sacrificio).


El torero en su diestra empuñaba el arma brillando como una segura promesa de muerte para el animal, con una mano recia y decidida, y paladeaba al mismo tiempo (y de antemano) su victoria, con un largo trago de saliva.


Después de la entrada limpia que desafió la trampa de las astas y evadió el cabezazo del desquite, cuando  el cortante acero se hundió por el lomo hasta su fundamento, tratando de alcanzar  la  palpitante entraña de su enemigo   para hendirla ( en la definitiva  suerte que cerraba la jornada), fue el matador  quien sintió de súbito un dolor punzante y frío asaltándolo por  la espalda, y atravesándole el  pecho adentro, a la altura de su costillas, justo en el sitio de su corazón, donde ahora estaba la punta de su propia  espada  asomándosele  como una fatal enemiga,  rasgándole el chaleco e irrumpiendo  sobre el  impecable blanco de su camisa con una brusca eclosión de metal y de sangre, por donde empezó escapársele la vida en negros e intermitentes borbotones.
   
Sus ojos atónitos miraron la hoja  filosa   que espetaba su tórax inexplicablemente, mientras él, sin entender ni tocar tampoco el absurdo metal, buscaba  en los alrededores una explicación (como antes había buscado los aplausos y la aprobación) para   encontrar sólo los rostros del público y de su cuadrilla de banderilleros, congelados por el mismo  mudo estupor, haciendo parte de  una vasta e inesperada escena fotográfica que se quedaba ahora grabada  en sus ojos para siempre.


A la hora que el toro daba la vuelta victoriosa al ruedo, con la empuñadura del estoque aún sembrada en su pellejo (igual que un quieto y rígido trofeo),  el hombre, doblegado  bajo el  peso de la aberrante herida, se arrodillaba y  caía  de bruces sobre la manchada  y húmeda   arena, antes de recibir  auxilio alguno, en el último y absurdo acto de su tragedia, saboreando por esa única y última vez, la amargura de la derrota y de la muerte.


(Jorge Lineya Santiago de Cali, Colombia 1996)


EL MUERTO




Aunque parecía morir porque todo Sinabria por el mes de abril en el día siete que caía domingo, justo a las doce de la noche con la doceava campanada del reloj de la iglesia principal, se hundía en un letargo profundo y de él sólo despertaba el siguiente año por el mismo mes en que el domingo volvía a caer siete, dando inicio a un carnaval que duraba  una semana porque los lugareños se levantaban como resucitados a empezar la fiesta de su nueva vida( lo cual  se había convertido en la mayor atracción turística del país y los viajeros de todas los rincones del mundo llegaban allí a agolparse en la plaza central junto con los altos dignatarios del gobierno  local y nacional, para presenciar su maravilloso despertar): evento que inclusive se transmitía por radio y televisión en todos los noticiarios  nacionales y extranjeros. Esta vez, cumplidas las condiciones, el pueblo y sus habitantes se habían pasado de la fecha  consabida para  su despabilamiento. Ni los pájaros, ni las vacas, ni los perros ni los moscos, ni la gente ni ninguna criatura de la tierra o el agua de Sinabria se despertaba con el paso del tiempo: sus quinientos y tantos días de sueño  ya sumados, después del plazo acostumbrado, fueron algo alarmantes. 

Nada había podido hacer la ciencia por esa multitud de durmientes impasibles, y el Presidente de la República lo había declarado Asunto de Estado con el carácter de “Emergencia Nacional” por los efectos devastadores que le estaba causando y le podía llegar a ocasionar a la economía del país  que ya sentía la perdida de millones de pesos, por ingresos no percibidos gracias a la gente que había dejado de llegar al conocerse en el mundo la desoladora noticia: se había pedido la ayuda de todos los vicarios de la Nación(como representantes beneméritos de Dios y la Santa Iglesia Católica en el país)para que desde todas las latitudes  se orara en las parroquias mientras en el lugar se hacían fervorosas procesiones en honor a todos los santos y todas las  vírgenes del santoral clamando por la ayuda celestial. Pero de tanta agua bendita que se regó por las calles en tanta procesión petitoria y multitudinaria, se consiguió el milagro equivocado: en una sola noche llovió tanta agua que el río  epónimo se creció y el pueblo terminó inundándose hasta tapar las torres de los campanarios de las dos iglesias del pueblo.

Tan tremendo dilema, llegó a oídos de otros jefes religiosos nacionales y extranjeros, incluidos pastores, ministros, magos,  brujos y  maestros de todas las creencias  y ciencias ocultas posibles y conocidas  y otras  suertes de taumaturgos y embaucadores que arrimaron como moscas al muladar y por primera vez se vieron desfilar inmensas caravanas de barcos de todos lo calados con banderas de naciones que ni siquiera figuraban aún en los libros de geografía, para traer el auxilio sobrenatural que parecía faltar: se llegó al extremo imperdonable de hacer invocaciones al Diablo pero como la desgracia del pueblo no parecía ser obra suya ni se apareció él, ni mandó a nadie a dar explicaciones en su  nombre.

En un último esfuerzo desesperado volvieron los médicos pero ninguno halló la cura al extrañísimo mal: lo definieron como una especie desconocida de “catalepsia infinita” o “coma suspensivo” pero la hediondez de difunto que empezó a adueñarse del aire de  Sinabria, no sólo  ahuyentó las esperanzas de lograr el milagro restaurador que se necesitaba, sino las buenas intenciones para seguirlo intentando.

Tan magnífica adversidad  terminó siendo derrotada por  los vientos que trajeron con ellos un  nuevo diluvio. La turbonada acabó por desbordar los  otros ríos de las poblaciones vecinas hasta sumir a Sinabria muchos metros bajo el agua para convertirlo en un recuerdo de cuento: las fuertes corrientes le hicieron el servicio a la nación de llevarse los muertos  al fondo del mar a donde desembocaban.

Como apurado por fuerzas sobrenaturales el aluvión  perdió pronto su sórdido semblante de pueblo ahogado y las aguas volvieron a sus cauces y un mes después hasta el sol volvió a mostrar su cara por las mañanas en todo su esplendor, sobre las ruinas del reciente desastre. El lugar permaneció deshabitado unos meses más, hasta que los gobiernos, nacional,  departamental y municipal  planearan como volver a repoblarlo.

Al cabo de un año afloró una nueva fundación que no sólo fue capaz de volver a reconstruir a Sinabria tal y como estaba el día antes de su desgracia, sino de hacer olvidar la bíblica tragedia y hacer creer a todos los habitantes del país que ahí no había pasado nada y que aquella calamidad increíble de los aletargados que nunca despertaron no había sido más que un mal sueño. Sólo un mal sueño de esos que hasta los pueblos tienen.

(Jorge Lineya, Santiago de Cali, Colombia, 1987)

MIKE JOE






















Mi amigo Mike es más norteamericano que la vieja costumbre de cazar búfalos: hasta la semana pasada admiraba a dos tipos y un caballo blanco, quienes juntos eran unos héroes de antología, de esos que uno quiere tener en su pared en un afiche, o en un álbum de cromos para mostrar, pero el domingo anterior apareció Mike Joe en la historia de mi vida y las cosas dieron un vuelco total, un cambio de ciento ochenta grados en el plano cartesiano. 
  
El miércoles como siempre nos encontramos en el rancho de Johny “Smile”  Ferguson a jugar nuestra acostumbrada timba de póquer, a beber whisky casero, a fumarnos unos puros y a dejarle nuestro dinero al mejor jugador de la mesa: Jimmy “Thin” Jones, Guadalupe "Twice" Benítez (que es un mexicano de lo más escandaloso); Charlie “Fat” Lozano, y yo que además de ser un redomado tahúr, soy de los mejores tiradores de Virginia City  (en el pueblo me conocen como   "Fast Gun”).Apenas había terminado Jhony de barajar,  cuando oímos un portazo a nuestras espaldas y segundos después apareció en la entrada de la sala  una sombra alta, corpulenta e imponente, (como una de esas secuoyas  de California,) ,que se encaminó hacia donde estábamos nosotros, sin soltar palabra, y se sentó (luego de acercarse una silla que arrastró ruidosamente ) ,ubicándose lejos de la mesa y de la luz de lámpara. Traía puestos un sombrero  tejano, botas de vaquero y un rústico poncho de lana.
  
Todos miramos al  advenedizo con un tranquilo silencio,  esperando que nos diera el más mínimo motivo para desenfundar y escarmentarlo  por entrometido. Justo cuando se llevó la mano a buscar algo bajo su ropa los cañones de nuestras pistolas se asomaron, dispuestos a acribillarlo allí mismo como a un maldito perro callejero. Cautelosamente el forastero  sacó su mano  y nos mostró un objeto pequeño y rectangular (que agitó tenuemente haciéndolo sonar como una maraca), luego extrajo algo de él con parsimonia y lo llevó frente a su cara para soplarlo una sola vez y con suavidad. En el silencio del cuarto lo oímos rascar  contra una superficie áspera lo que debía ser una cerilla, y una llamita iluminó el rostro del   fulano, quien encendió sin prisa un largo y grueso cigarro de hojas de tabaco, que tenía apretado entre sus dientes con desidia, mientras nos miraba con su par de ojos azules y tranquilos:

—Mike Joe—dijo— me llamo Mike Joe — repitió, mientras dejaba que se le apagará el fósforo, para volver a dejarlo hecho una silueta entre la sombra.

— Tengo algo para ustedes — siguió diciendo arrebujado en la oscuridad y volvió a repetir el mismo gesto amenazante que  provocó el unísono rastrillar de nuestros revólveres, haciendo sonar sus  gatillos de  lata (malditas armas de juguete), pero esta vez el paquete que mostró era más grande y lo lanzó decidido al centro de la mesa, donde el resplandor mortecino del quinqué Coleman de queroseno, iluminó un provocativo fajo de buenos dólares. Eso bastó para que "Smile" encontrara nuestras sonrisas de aceptación y sirviera al nuevo jugador sus cartas, sin hacer  preguntas.

Después de una larga hora de juego el tipo había arrasado con toda nuestra plata y sólo quedaban él y el mexicano sentados, jugándose los restos. Seguro de que lo iba a tronar, el indio lo desafió con una apuesta de mil dólares  y el tal Mike Joe se la aceptó sin titubeos. No lo podía creer el mexicano cuando vio el irrebatible  juego que el hombre le abrió en un perfecto abanico sobre la mesa (una presuntuosa flor imperial contra su pobre full).

—Tramposo-gruñó Benítez-—mal nacido tramposo, y desenfundó su arma y amenazó a M. Joe, pero este ni se inmutó.

-— ¡JaJaJa! — Rió el indio estrepitosamente —me cae bien este gringo, me cae bien.Tiene sangre de ajolote y huevos de toro, sí señor, sangre de ajolote y huevos de toro, alardeó el mexicano con su  insoportable acento huasteco:

—Siempre estoy tranquilo, cuando  tengo mi arma apuntándole a una sabandija como tú.

Eso fue suficiente para que “Twice” sellara sus carcajadas y se agachara con su cara ceñuda a buscar debajo de la mesa, que era en la única parte donde se podía tener una seguridad de hierro como la de Joe. Después nosotros hicimos lo mismo, para encontrar la mano del hombre con su dedo índice acariciando el gatillo de una hermosa y brillante "Beretta" dorada (arma bastante irregular y extraña para la época de los hechos).

—Me simpatiza este gringo, me simpatiza— alardeó el bocón, después  que había vuelto  acodarse sobre la mesa:

Eso dicen todos los que  he conocido, cuando se  dan cuenta que pude haberlos enviado al décimo infierno, antes que ellos  pensaran siquiera, en  despacharme a mí— replicó Joe guardándose el arma.

Si quieres matar a alguien compadre, porque no empiezas con el que te puso ese nombrecito ridículo, que parece un dúo y no un nombre. Seguro que no le va bien en la asignatura de inglés al que te lo puso — dijo el Benítez, mirándome de refilón, con una callada malicia que no pude entender.

—No soy tu compadre ni nada que se le parezca, indio.

—T’a bien, t’a bien. Gringo gracioso; gringo gracioso, gringo hijueputa, grin…

No alcanzó a decir más  “Twice”: Incorporándose súbitamente y desenfundando su Colt 38  para sorprender a Joe, oyó los truenazos ajenos que lo estiraron sobre el piso de cedro como un muñeco de paja, con cinco tiros perfectos en el pecho.

Entonces me le acerqué al cadáver del mexicano, lo patee, le dejé caer sobre el torso mi colección   completa  de  monedas  conmemorativas de los Juegos Panamericanos de Cali de 1978, que tenía guardada en una media impar, y le canté la frasecita que tenía reservada para él, desde hacía rato.

—Ves indio, ves indio. ¿De qué te sirvió reprobarme en álgebra en tercero de bachillerato? ¿De qué?

Fue entonces cuando desperté sin esperar a que sonara el reloj electrónico de mi habitación como todos los lunes, y me fui directo al baño a ducharme para salir a tomar el bus e ir al colegio: mandé al Llanero Solitario, a Plata y a Toro, con la colección completa de  sus revistas, a la caneca de la basura, y me convertí desde ese día en el más entusiasta fanático de  Mike Joe, quien si es de verdad un duro, un teso, un tipazo. Aunque últimamente también estoy leyendo a Fantomas. Pero Fantomas es otro cuento.


 (Jorge Lineya Santiago de Cali, Colombia 1986)

LA ÚLTIMA VERDAD













"Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné  una magnífica carrera de pintor". (Antoine de Saint-Exupéry)


Nadie me cree: a mí nadie me cree nada, ni mi mamá, ni mi papá, ni Tina. Nadie. No sé por qué si siempre digo la verdad. Yo no sé decir mentiras. Un día de estos me voy de aquí bien lejos y los dejo  a todos para que aprendan a creerme, y no se burlen de mí, y no me estén diciendo mentiroso, que eso me da rabia (así la rabia sea sólo cosa de perros como me dice Tina).

Herodes es mi hombre murciélago. A Herodes yo lo llamo como quiera y él igual me entiende: murciélago, mucílago o murgacilo, siempre sabe que es él y viene cuando me oye, aunque no le diga bien ni el nombre con el que lo bauticé(a veces digo Herudes): no es como mi profesora Tina que  siempre anda corrigiéndome el cómo digo, o como hago, o como escribo las cosas, haciéndome ruborizar  con sus aires de sabelotodo.

Herodes no es pariente de Batman eso se lo dejé muy claro el día que lo inventé: iba a quitarse sus alas aerodinámicas para guardarlas en mi armario y acompañarme al colegio como si fuera mi hermano, pero no pudo porque  estaban pegadas a su espalda y se abrían como un par de abanicos grandes y membranosos cuando necesitaba volar. Le dije que mejor se quedara muy juicioso en la casa durmiendo, o entreteniéndose con mi “Armo-todo”. porque la gente en la calle se iba asustar mucho con un hombre  murciélago que no fuera Batman ni se le pareciera. Se quedó llorando pendiendo del perchero como un colgajo feo, mirándome desde su cabecita con sus ojos vidriosos y pequeños igual que dos  botones negros, muy negros.

Ese día lo primero que mi mamá me dio al llegar a mi casa fue un besote en la mejilla, me apretó contra ella como si quisiera exprimirme, me cargó, me despeinó con sus apapachos y sus viarazas y me felicitó por haber dejado la cama hecha, la habitación ordenada como nunca en mi vida. Me dijo que no podía creerlo cuando lo vio, que había que hacer una rayita en el almanaque para tener en cuenta el día, la hora y el año de ese fabuloso milagro: la cama hecha, los juguetes en la repisa, los zapatos en el zapatero, los libros en la biblioteca, el escritorio ordenado. Todo en su lugar. Cosa de duendes como para caerse de espaldas.

Se lo traté de explicar diciéndole la verdad. No había sido yo sino Herodes mi hombre murciélago, pero entonces apagó su sonrisa, puso su cara de regaño y me preguntó que cuando iba a dejar tanto embeleco, porque si no un día de estos me iba pasar lo del pastorcito, o me iban a salir mogotes y cola de diablo, o se me iba a crecer la nariz como a Pinocho. No me creyó: no me creyó ni aunque le mostré  a Herodes pintado en mi cuaderno de dibujo con crayones. Le pedí que subiera al cuarto para que lo viera ella misma colgado  en el ropero, pero no quiso. En cambio me mandó a bañar rápido para que almorzara y le bajara la temperatura a la fiebre de embustero:

—Te hace falta un hermanito, a ver cuándo te lo encargamos con papá —me amenazó-—.Lo de ser hijo único te está dañando, so gran carajito.

Después de manducarme la mesa, hice mis tareas y Herodes me ayudó. Él es el hombre murciélago más inteligente de todo el mundo. Sabe matemáticas, historia, geografía, dibujo, geometría y ortografía y otras cosas que ni Tina sabe. Tina se quedaría con la   boca abierta si conociera a Herodes:

—¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyy!

Mi mamá lanzó un grito de proporciones cósmicas, cuando pescó a Herodes sentado sobre la mesa de mi pupitre, acurrucado entre sus alas, señalándome con su brazo esmirriado y peludo, una página de mi revista de comics. Herodes se asustó con el alarido y salió disparado como un jet por la ventana, sin decirme ni adiós. No ha vuelto por acá desde ese día.

Mis papás me castigaron. No me dejan leer  cuadernos de historietas desde que se enteraron por los periódicos que un hombre murciélago anda aterrorizando la ciudad de Cali, pero la culpa la tuvo mi mamá por gritona. A mí no me hace falta   ningún hermanito, para eso tengo a Herodes que el día menos pensado vuelve por acá: si no lo conoceré yo qué lo inventé.

Ojalá Tina se encuentre con Herodes. 



(Jorge Lineya, Santiago de Cali, Colombia,1986)