Es un espacio para la reflexión y todo tipo de manifestación cultural y artística siempre y cuando sea respetuosa de la dignidad humana y de los valores mínimos de la libre expresión bajo una concepción democrática. Advertencia:El vocabulario que uso se encuentra en cualquier diccionario Larrousse, no recurro al diccionario de la R.A.E. más que cuando concurso en España, porque este diccionario me resulta siempre obsoleto y anquilosado,limitante y limitado.
BIENVENIDOS
POR RAZONES AJENAS A MÍ Y POR CAMBIOS EN LA POLÍTICA DE PRIVACIDAD DE BLOGGER ,MI OBRA POÉTICA "DECLARACIÓN" HA SIDO CENSURADA Y VETADA UNILATERALMENTE POR EL ADMINISTRADOR DE ESTE SITIO. MI POEMA PUEDE SER LEÍDO EN :http://www.poesiasolidariadelmundo.com/2015/02/declaracion.html?spref=fb O EN http://www.mundopalabras.es/poesia/declaracion-2/
POR CONSIDERAR QUE LAS ÚLTIMAS DISPOSICIONES DE GOOGLE EN BLOGGER PARA CENSURAR LA PUBLICACIÓN DE CONTENIDOS EN LOS BLOGS ,ATENTAN CONTRA LOS MÁS ELEMENTALES DERECHOS CIUDADANOS COMO LA LIBERTAD DE OPINIÓN,DE EXPRESIÓN Y DE CONCIENCIA, ME PERMITO INFORMAR QUE ESTÁ ES LA ÚLTIMA PUBLICACIÓN DE MI OBRA EN ESTE ESPACIO VIRTUAL.Uno de mis nuevos blogs en donde pueden encontrar mis obras es:http://elreinodeldragon.blogdiario.com/1427218723/
y en https://elreinodeldragon.wordpress.com/author/jorlineya64/
MUCHAS GRACIAS A TODOS MIS LECTORES..QUIENES DESEEN CONTACTARME PUEDEN HACERLO EN EL SIGUIENTE CORREO:
JORGE LINEYA(aestrel20@gmail.com)
BLOOGER INSISTE EN CENSURAR EL TEXTO DE MI POEMA "DECLARACIÓN" A SABER LOS VERSOS:10,18,23,25,26 y 44 DE MI OBRA.EL ÚNICO CAMBIO QUE YO LE PUEDO HACER A CUALQUIERA DE MIS OBRAS ES EL QUE NAZCA DEL ERROR,BUSCANDO CORREGIRLO (SEA UN ERROR GRAMATICAL O DE SINTAXIS POR EJEMPLO ) DE LO CONTRARIO TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Y EN ESTE CASO ..TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Si mis publicaciones aquí se ven mal presentadas o defectuosas no es mi responsabilidad tampoco yo sé porque está pasando eso.
BLOOGER INSISTE EN CENSURAR EL TEXTO DE MI POEMA "DECLARACIÓN" A SABER LOS VERSOS:10,18,23,25,26 y 44 DE MI OBRA.EL ÚNICO CAMBIO QUE YO LE PUEDO HACER A CUALQUIERA DE MIS OBRAS ES EL QUE NAZCA DEL ERROR,BUSCANDO CORREGIRLO (SEA UN ERROR GRAMATICAL O DE SINTAXIS POR EJEMPLO ) DE LO CONTRARIO TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Y EN ESTE CASO ..TODO SE QUEDA COMO ESTÁ.Si mis publicaciones aquí se ven mal presentadas o defectuosas no es mi responsabilidad tampoco yo sé porque está pasando eso.
BIBLIOGRAFÍA DEL AUTOR:
Como autor mi seudónimo es Jorge Lineya: el apellido Lineya es una suerte de anagrama del nombre de mi desaparecida compañera Anyeli q.e.p.d ( 1966-1998) quien me apoyó en vida en mis inclinaciones literarias mecanografiando muchas de ellas y a quien le quise hacer un homenaje dejándola hacer parte de mí, como escritor.Como autor mi obra narrativa ha sido publicada en medios virtuales como la Revista Axxón ciencia ficción(http://axxon.com.ar/ en Argentina) ,donde se me publicó inicialmente como resultado de un concurso literario promovido por esta revista y cuyo premio era la publicación de las obras seleccionadas por el Consejo Editorial de la misma, siendo así como noviembre 2009 se publicó allí, mi obra GRAFFITI en su número 201.Posteriormente como colaboraciones en esta misma publicación han aparecido mis obras en las siguientes ediciones : en noviembre de 2009 LA ORDEN (MICRO) número 202; EL MINOTAURO(MICRO) en 2010 , número 204; EL REBELDE y GATO (MICROS) en octubre de 2010, en el número 211; NEMÉSIS (CUENTO) en agosto de 2012 en el número 233 ; y en septiembre de 2012 COSTUMBRE(CUENTO) en su número 234.Soy parte también en Argentina de un publicación llamada “TRIPLE C Cofradía del cuento corto” (http://triple-c.ning.com/) donde los autores auto-publicamos y nos sometemos al escrutinio de los cofrades. En este blog he publicado: 29 poemas y 26 obras narrativas entre cuentos, relatos y micros.
Recientemente en febrero de 2014 se me ha publicado en la revista COSMOCÁPSULA(http://cosmocapsula.com/ en Santiago de Cali) donde mi obra "El aprendiz" hace el debut de mi narrativa en territorio colombiano(aunque sea virtual),en un espacio ajeno a mí.
Tengo una novela (COMUNIÓN) sobre mis experiencias en mi vida militar durante la prestación del servicio obligatorio.Soy nacido en Cali,Colombia.Las publicaciones en físico de mi obra se han dado así: en El Premio Algazara convocado por la Editorial Hipalage en España en 2010 , se escogió el micro “Graffiti” (de entre 878 textos que llegaron) para publicarlo en un libro con el título “Cuentos Alígeros” con otros 326 seleccionados. Este mismo micro ganó en 2013 un nuevo premio de publicación en físico en e l concurso “Porciones del Alma” de la editorial(¿) Diversidad Literaria también en España(¿).Tengo en mi haber, un total de sesenta(60) obras registradas en la Dirección Nacional de Derechos de Autor de Colombia,entre narrativa,poesía y prosa.
Mi obra poética por su parte ha tenido acogida igualmente en España en la página "POESÍA SOLIDARIA DEL MUNDO" (http://www.poesiasolidariadelmundo.com/) que dirige en buena hora, FERNANDO SABIDO SÁNCHÉZ.
Escribo para ser leído ,no para ser aplaudido.Muchas gracias por su lectura.
lunes, 16 de enero de 2012
LA NIEBLA
"El miedo
no lo causan, ni las cosas sucedidas ya, ni las que en el acto suceden, sino
las que se esperan; porque el miedo no es más que la idea de un mal inminente".
Sócrates.
Desde la ventana de su habitación la
ciudad parecía borrada por el banco de niebla que había arribado
con la oscuridad. Esa visión le trajo a la memoria una vieja película de John
Carpenter que había visto en la televisión, la noche anterior. En un
momento fantaseó pensando que esa cosa blanca, densa y etérea que invadía
la calle mansamente, traía una amenaza parapetada tras de ella y el mismo
podía estar en peligro. Pensar eso sin embargo le resultó tan estúpido,
que se sonrió (riéndose de sí mismo) y después corrió las cortinas tras
los cristales para olvidarse de su miedo y de los insanos desvaríos de su
imaginación.
—“Homo, homini lupus”—sentenció
con un tono solemne—De lo que más debe cuidarse un hombre es de sus
semejantes—afirmó convencido, mientras caminaba hacia uno de los muebles de la
sala para sentarse, desinteresándose por lo que pasaba afuera.
—A mí lo que me debe preocupar son los
enemigos reales que me he procurado yo mismo, luchando contra este
gobierno de mierda, lo demás son carajadas— dijo sin rabia.
Luego se tumbo sobre el sofá y
durmió con un abandono de perro. La mañana lo despertó con el
barullo de las primeras horas de un día de trabajo normal aunque según
recordaba la víspera había sido sábado: bastó una nueva mirada desde su
ventana para darse cuenta que esa no era la ciudad en que se había
acostado a descansar y ni siquiera su habitación resultaba ser la misma.
Sin cambiarse su pijama salió abruptamente del cuarto, descalzo como se había
levantado, buscando afuera alguna explicación a primera vista, pero la
pensión que había habitado en los últimos años no estaba por ningún lado
con sus paredes, ni sus puertas, ni sus espacios, ni tampoco estaban las
personas con las que se había habituado a ese rutinaria vecindad que si bien
nunca caía en una relación estrecha con nadie( de esas que uno pudiera llamar
una amistad), era en esencia suficiente para no sentirse solo ni aislado.
Se le ocurrió salir a la calle a para
encontrar una familiaridad, que le devolvieran el sosiego y la
cordura, que estaban a punto de deshacérsele como una torre de naipes,
pero ni la avenida, ni los edificios, ni la gente que pasaba eran los mismos de
todos los días (tal y como los tenía registrados en los estancos de
su memoria): los paisanos que conocía y con quienes se trataba de marras
en el barrio, no asomaban sus rostros por ninguna parte. Un ejército de
usurpadores había tomado sus lugares y lo miraban ahora con otros ojos y otras
caras, desde una fría y hosca lejanía, haciéndolo sentir como un advenedizo
recién llegado, aunque la verdad era que para él, eran ellos los forasteros.
Parecía como si durante el sueño le hubieran cambiado de lugar su vida,
su día, su mundo, todas sus cosas, sin ocuparse de avisarle (hijos de puta,
pensó):
—Hijos de puta—dijo con inusitado pavor,
pero sin gritar, midiendo las palabras — ¿Me jodieron, nos jodieron a
todos?
Empezó a inquietarlo una mezcla incierta
de estupor y de miedo: no sabía qué hacer, ni que decir. Presentía que la más
mínima palabra o la más trivial de las actitudes lo iban delatar como un
auténtico extraño fuera de lugar, y sólo atinó a quedarse sembrado en la acera
mirando al mundo girar a su alrededor un largo rato que pareció eternizarse
inevitablemente, hasta que tratando de sacudirse la morbosa sensación que lo
invadía con una súbita infección de temores y de dudas, buscó el vidrio de una
de las vitrinas del bulevar para verificar en el reflejo transparente si al
menos él era él y no otro acordándose de otro(como la Sybil del libro que había
leído alguna vez). Cuando vio su imagen tal cual la recordaba, respiro
tranquilo y cerró sus ojos esperando que al abrirlos (como quien se
despierta de un mal sueño), todo lo extraviado y extrañado
estuviera de nuevo en su sitio. Pero cuando lo hizo, el descuadernado
mundo que lo inquietaba y lo sitiaba, seguía intacto, atrapándolo, mirándolo,
acosándolo con su omnipotente presencia.
Se restregó la cara con sus manos
abiertas como si se la limpiara, para tranquilizarse, pero eso sólo lo hizo
sentir aturdido y ridículo y en un gesto desesperado golpeó el cristal con un
puñetazo tan fuerte y seco que causó un estruendo de defenestración y
de vidrios rotos que al caer además de la debacle, le ocasionaron unas
cuantas laceraciones en varias partes de su cuerpo. El dolor y la sangre de sus
heridas terminaron por encararlo a lo obvio: esa realidad existía y él era
parte de ella de manera inexplicable y asfixiante.
— ¡Loco, maldito loco! — gritó el dueño
del negocio que le recordaba a un viejo oficial de la DIN (Dirección de
Inteligencia Nacional) que alguna vez lo había detenido para indagarlo
por sus actividades políticas y quien después llegó con una terna de
policías, los cuales en principio le prestaron al herido unos pobres y
desganados primeros auxilios, antes de interrogarlo y detenerlo por daño a la
propiedad privada y por perturbación del orden público.
Cuando lo subían al furgón policial
recordó la niebla y empezó reírse tratando de explicarles en vano el
turbio asunto a sus acompañantes, hasta que llegaron al hospital para
enfermos mentales. Durante el viaje los uniformados hablaron de psicosis, de
los mendigos y de los orates que se multiplicaban infaltablemente en la
ciudad por las épocas de luna llena, los cuales en todo caso eran más
fáciles de manejar que los opositores políticos o que los insurgentes armados.
—Nadie se ocupa de los malditos dementes
en este mundo: no hay abogados, no hay organizaciones internacionales
vigilando, no hay ayuda, no hay nada. Simplemente no hay quien tome en
serio lo que dice un tronado loco con su psicosis. Ni su puta madre.
— ¡Jajajajajajajaja!— rieron todos,
burlándose de él (que había estado sentado como embelesado, en la butaca del
camión), celebrando la procaz observación del compañero.
Aquello dejaba entrever que el
plan de seguridad nacional, implementado por el último gobierno, estaba
funcionando, pasando de la antropofagia del Estado devorador y aniquilador de
sus enemigos, a la exclusión sistemática por sanidad de quienes disentían del
régimen.
—“Psicosis”, Alfred Hitcock, Anthony
Perkins, Janeth Leigh, 1960—les dijo a los hombres para demostrarles su
absoluta lucidez, pero sólo logró de ellos unas miradas de extrañeza y rechazo,
que lo hicieron sentir más perdido y ajeno de lo que esperaba.
Al llegar, sus obligados escoltas
se bajaron con él del vehículo y lo entregaron sin pasar de la
puerta al personal del hospital que lo aguardaba y que
lo recibió como si se tratara de un antiguo y consuetudinario visitante. La
nueva comitiva no le resultaba más amable.
-¿Otra “crisis” maníaco-depresiva? –
preguntó sin mirarlo y con un dejo de ironía, el hombre que traía colgando en
el bolsillo de su bata el carné de identificación con una seria foto, al lado
de la cual resaltaban las palabras
“Director Médico”.
—Así parece Doctor, como los perros
gallineros estos loquitos nunca dejan sus resabios — le contestó el
oficial con un gesto burlón mal disimulado.
—Ya saben donde llevarlo— se volvió el
hombre a decirles al par de enfermeros que le acompañaban.
Mientras caminaba flanqueado y conducido
por los auxiliares que lo apresuraban con un paso castrense, los exhaustos ojos
del hombre se llenaron de un profundo terror al recordar de golpe el
lugar. Allí en cada habitación, en cada pasillo, al otro lado de cada
muro y afuera en el descuidado jardín, vivía el monstruo que lo
perseguía. Ese era el maldito y olvidado reino de la niebla, la misma
que recalaba ahora por debajo de las puertas nublando el ambiente y
transformando las paredes blancas y limpias de aquella clínica, en los
mugrientos, fríos y oscuros muros de una prisión, y de cada hombre y cada mujer
allí, prisioneros o guardias, en una mutación enfermiza que todos
parecían ver y entender, menos él.
En el piso subterráneo donde lo
confinaron oyó de nuevo el espantoso accionar de la maquina que producía la
niebla, el calor del infierno que la movía llegaba hasta su celda con el
hedor de la sangre y los restos humanos que se pudrían entre sus piezas. La
había oído otras veces alimentarse con cuerpos muertos o vivos, a
los que hacia crujir mientras los devoraba parsimoniosa y cruel, haciendo un
ruido espantoso en medio de los aullidos demenciales de quienes se enfrentaban
al suplicio, mientras los apretados dientes de sus ruedas metálicas
aplastaban, jalaban, reventaban y molían hasta la última fibra de músculo,
cartílagos y huesos. Haciendo una labor más eficiente
que los oscuros y depravados torturadores de los viejos tiempos en las antiguas
y sucesivas dictaduras de los Generales, durante todo el siglo pasado.
Su alarido liberado por el portillo, se
perdió sin eco y sin respuesta en los corredores solitarios y abominables del
sombrío edificio, sin que nadie pudiera escucharlo; mientras le llegaba el día
y la hora de ser el pábulo que cebaría, y haría girar una vez más la poderosa y
eterna máquina de la niebla.
(Jorge Lineya Santiago de Cali,
Colombia-2002)
MAL FARIO
Sacrificar es dar a los dioses. Orar es
pedirles.
Sócrates
El espectáculo no era sólo el traje de
luces junto con el estoque, rutilando en su fútil juego bajo la tenue sombra de
un cielo que ya empezaba a apagar las postrimeras luces
de la tarde: era también el brillo de su mirada entreverando la ansiedad
por el choque y el miedo por el resultado, luchando por imponer su
arduo balance, en el calmado gesto de arrojo con el que se
enfrentaba a la última arremetida de la bestia (algo que se le amplificaba en
el alma, al percibir el respetuoso silencio de las tribunas
calándosele en los oídos, como la callada petición de un dios que
le demandaba sangre y sacrificio).
El torero en su diestra empuñaba el arma
brillando como una segura promesa de muerte para el animal, con una mano recia
y decidida, y paladeaba al mismo tiempo (y de antemano) su victoria, con un
largo trago de saliva.
Después de la entrada limpia que desafió
la trampa de las astas y evadió el cabezazo del desquite, cuando el
cortante acero se hundió por el lomo hasta su fundamento, tratando de
alcanzar la palpitante entraña de su enemigo para
hendirla ( en la definitiva suerte que cerraba la jornada), fue el
matador quien sintió de súbito un dolor punzante y frío asaltándolo
por la espalda, y atravesándole el pecho adentro, a la altura de su
costillas, justo en el sitio de su corazón, donde ahora estaba la punta de su
propia espada asomándosele como una fatal enemiga,
rasgándole el chaleco e irrumpiendo sobre el impecable blanco de su
camisa con una brusca eclosión de metal y de sangre, por donde empezó
escapársele la vida en negros e intermitentes borbotones.
Sus ojos atónitos miraron la hoja
filosa que espetaba su tórax inexplicablemente, mientras él, sin
entender ni tocar tampoco el absurdo metal, buscaba en los alrededores
una explicación (como antes había buscado los aplausos y la aprobación)
para encontrar sólo los rostros del público y de su cuadrilla de
banderilleros, congelados por el mismo mudo estupor, haciendo parte
de una vasta e inesperada escena fotográfica que se quedaba ahora
grabada en sus ojos para siempre.
A la hora que el toro daba la vuelta
victoriosa al ruedo, con la empuñadura del estoque aún sembrada en su pellejo
(igual que un quieto y rígido trofeo), el hombre, doblegado bajo
el peso de la aberrante herida, se arrodillaba y caía de
bruces sobre la manchada y húmeda arena, antes de
recibir auxilio alguno, en el último y absurdo acto de su tragedia,
saboreando por esa única y última vez, la amargura de la derrota y de la
muerte.
(Jorge Lineya Santiago de Cali, Colombia
1996)
EL MUERTO
Aunque parecía morir porque todo
Sinabria por el mes de abril en el día siete que caía domingo, justo a las doce
de la noche con la doceava campanada del reloj de la iglesia principal, se
hundía en un letargo profundo y de él sólo despertaba el siguiente año por el
mismo mes en que el domingo volvía a caer siete, dando inicio a un carnaval que
duraba una semana porque los lugareños se levantaban como resucitados a
empezar la fiesta de su nueva vida( lo cual se había convertido en la
mayor atracción turística del país y los viajeros de todas los rincones del
mundo llegaban allí a agolparse en la plaza central junto con los altos
dignatarios del gobierno local y nacional, para presenciar su maravilloso
despertar): evento que inclusive se transmitía por radio y televisión en todos
los noticiarios nacionales y extranjeros. Esta vez, cumplidas las
condiciones, el pueblo y sus habitantes se habían pasado de la fecha
consabida para su despabilamiento. Ni los pájaros, ni las vacas, ni los
perros ni los moscos, ni la gente ni ninguna criatura de la tierra o el agua de
Sinabria se despertaba con el paso del tiempo: sus quinientos y tantos días de
sueño ya sumados, después del plazo acostumbrado, fueron algo
alarmantes.
Nada había podido hacer la ciencia por
esa multitud de durmientes impasibles, y el Presidente de
la República lo había declarado Asunto de Estado con el carácter de
“Emergencia Nacional” por los efectos devastadores que le estaba causando y le
podía llegar a ocasionar a la economía del país que ya sentía la perdida
de millones de pesos, por ingresos no percibidos gracias a la gente que había
dejado de llegar al conocerse en el mundo la desoladora noticia: se había
pedido la ayuda de todos los vicarios de la Nación(como representantes
beneméritos de Dios y la Santa Iglesia Católica en el país)para que desde todas
las latitudes se orara en las parroquias mientras en el lugar se hacían
fervorosas procesiones en honor a todos los santos y todas las vírgenes
del santoral clamando por la ayuda celestial. Pero de tanta agua bendita que se
regó por las calles en tanta procesión petitoria y multitudinaria, se consiguió
el milagro equivocado: en una sola noche llovió tanta agua que el río
epónimo se creció y el pueblo terminó inundándose hasta tapar las torres de los
campanarios de las dos iglesias del pueblo.
Tan tremendo dilema, llegó a oídos de
otros jefes religiosos nacionales y extranjeros, incluidos pastores, ministros,
magos, brujos y maestros de todas las creencias y ciencias
ocultas posibles y conocidas y otras suertes de taumaturgos y
embaucadores que arrimaron como moscas al muladar y por primera vez se vieron
desfilar inmensas caravanas de barcos de todos lo calados con banderas de naciones
que ni siquiera figuraban aún en los libros de geografía, para traer el auxilio
sobrenatural que parecía faltar: se llegó al extremo imperdonable de hacer
invocaciones al Diablo pero como la desgracia del pueblo no parecía ser obra
suya ni se apareció él, ni mandó a nadie a dar explicaciones en su
nombre.
En un último esfuerzo desesperado
volvieron los médicos pero ninguno halló la cura al extrañísimo mal: lo definieron como una especie
desconocida de “catalepsia infinita” o “coma suspensivo” pero la hediondez de
difunto que empezó a adueñarse del aire de Sinabria, no sólo
ahuyentó las esperanzas de lograr el milagro restaurador que se necesitaba,
sino las buenas intenciones para seguirlo intentando.
Tan magnífica adversidad terminó
siendo derrotada por los vientos que trajeron con ellos un nuevo
diluvio. La turbonada acabó por desbordar los otros ríos de las
poblaciones vecinas hasta sumir a Sinabria muchos metros bajo el agua para
convertirlo en un recuerdo de cuento: las fuertes corrientes le hicieron el
servicio a la nación de llevarse los muertos al fondo del mar a donde
desembocaban.
Como apurado por fuerzas sobrenaturales
el aluvión perdió pronto su sórdido semblante de pueblo ahogado y las
aguas volvieron a sus cauces y un mes después hasta el sol volvió a mostrar su
cara por las mañanas en todo su esplendor, sobre las ruinas del reciente
desastre. El lugar permaneció deshabitado unos meses más, hasta que los
gobiernos, nacional, departamental y municipal planearan como
volver a repoblarlo.
Al cabo de un año afloró una nueva
fundación que no sólo fue capaz de volver a reconstruir a Sinabria tal y como
estaba el día antes de su desgracia, sino de hacer olvidar la bíblica tragedia
y hacer creer a todos los habitantes del país que ahí no había pasado nada y
que aquella calamidad increíble de los aletargados que nunca despertaron no
había sido más que un mal sueño. Sólo un mal sueño de esos que hasta los
pueblos tienen.
MIKE JOE
Mi amigo Mike es más norteamericano que
la vieja costumbre de cazar búfalos: hasta la semana pasada admiraba a dos
tipos y un caballo blanco, quienes juntos eran unos héroes de antología, de
esos que uno quiere tener en su pared en un afiche, o en un álbum de cromos
para mostrar, pero el domingo anterior apareció Mike Joe en la historia de mi
vida y las cosas dieron un vuelco total, un cambio de ciento ochenta grados en
el plano cartesiano.
El miércoles como siempre nos
encontramos en el rancho de Johny “Smile” Ferguson a jugar nuestra
acostumbrada timba de póquer, a beber whisky casero, a fumarnos unos puros y a
dejarle nuestro dinero al mejor jugador de la mesa: Jimmy “Thin” Jones,
Guadalupe "Twice" Benítez (que es un mexicano de lo más escandaloso);
Charlie “Fat” Lozano, y yo que además de ser un redomado tahúr, soy de los
mejores tiradores de Virginia City (en el pueblo me conocen
como "Fast Gun”).Apenas había terminado Jhony de barajar,
cuando oímos un portazo a nuestras espaldas y segundos después apareció en la
entrada de la sala una sombra alta, corpulenta e imponente, (como una de
esas secuoyas de California,) ,que se encaminó hacia donde estábamos
nosotros, sin soltar palabra, y se sentó (luego de acercarse una silla que
arrastró ruidosamente ) ,ubicándose lejos de la mesa y de la luz de lámpara.
Traía puestos un sombrero tejano, botas de vaquero y un rústico poncho de
lana.
Todos miramos
al advenedizo con un tranquilo silencio, esperando que nos diera el
más mínimo motivo para desenfundar y escarmentarlo por entrometido. Justo
cuando se llevó la mano a buscar algo bajo su ropa los cañones de nuestras
pistolas se asomaron, dispuestos a acribillarlo allí mismo como a un maldito
perro callejero. Cautelosamente el forastero sacó su mano y nos
mostró un objeto pequeño y rectangular (que agitó tenuemente haciéndolo sonar
como una maraca), luego extrajo algo de él con parsimonia y lo llevó frente a
su cara para soplarlo una sola vez y con suavidad. En el silencio del cuarto lo
oímos rascar contra una superficie áspera lo que debía ser una cerilla, y
una llamita iluminó el rostro del fulano, quien encendió sin prisa
un largo y grueso cigarro de hojas de tabaco, que tenía apretado entre sus
dientes con desidia, mientras nos miraba con su par de ojos azules y
tranquilos:
—Mike Joe—dijo— me
llamo Mike Joe — repitió, mientras dejaba que se le apagará el fósforo, para
volver a dejarlo hecho una silueta entre la sombra.
— Tengo algo para ustedes — siguió diciendo arrebujado en la oscuridad y volvió a repetir el mismo gesto amenazante que provocó el unísono rastrillar de nuestros revólveres, haciendo sonar sus gatillos de lata (malditas armas de juguete), pero esta vez el paquete que mostró era más grande y lo lanzó decidido al centro de la mesa, donde el resplandor mortecino del quinqué Coleman de queroseno, iluminó un provocativo fajo de buenos dólares. Eso bastó para que "Smile" encontrara nuestras sonrisas de aceptación y sirviera al nuevo jugador sus cartas, sin hacer preguntas.
— Tengo algo para ustedes — siguió diciendo arrebujado en la oscuridad y volvió a repetir el mismo gesto amenazante que provocó el unísono rastrillar de nuestros revólveres, haciendo sonar sus gatillos de lata (malditas armas de juguete), pero esta vez el paquete que mostró era más grande y lo lanzó decidido al centro de la mesa, donde el resplandor mortecino del quinqué Coleman de queroseno, iluminó un provocativo fajo de buenos dólares. Eso bastó para que "Smile" encontrara nuestras sonrisas de aceptación y sirviera al nuevo jugador sus cartas, sin hacer preguntas.
Después de una larga hora de juego el tipo había arrasado con toda nuestra plata y sólo quedaban él y el mexicano sentados, jugándose los restos. Seguro de que lo iba a tronar, el indio lo desafió con una apuesta de mil dólares y el tal Mike Joe se la aceptó sin titubeos. No lo podía creer el mexicano cuando vio el irrebatible juego que el hombre le abrió en un perfecto abanico sobre la mesa (una presuntuosa flor imperial contra su pobre full).
—Tramposo-gruñó Benítez-—mal nacido tramposo, y desenfundó su arma y amenazó a M. Joe, pero este ni se inmutó.
-— ¡JaJaJa! — Rió el indio estrepitosamente —me cae bien este gringo, me cae bien.Tiene sangre de ajolote y huevos de toro, sí señor, sangre de ajolote y huevos de toro, alardeó el mexicano con su insoportable acento huasteco:
—Siempre estoy
tranquilo, cuando tengo mi arma apuntándole a una sabandija como tú.
Eso fue suficiente
para que “Twice” sellara sus carcajadas y se agachara con su cara ceñuda a
buscar debajo de la mesa, que era en la única parte donde se podía tener una
seguridad de hierro como la de Joe. Después nosotros hicimos lo mismo, para
encontrar la mano del hombre con su dedo índice acariciando el gatillo de una
hermosa y brillante "Beretta" dorada (arma bastante irregular y
extraña para la época de los hechos).
—Me simpatiza este
gringo, me simpatiza— alardeó el bocón, después que había vuelto
acodarse sobre la mesa:
—Eso
dicen todos los que he conocido, cuando se dan cuenta que pude
haberlos enviado al décimo infierno, antes que ellos pensaran siquiera,
en despacharme a mí— replicó Joe guardándose el arma.
—Si quieres matar a alguien compadre, porque no empiezas con el que te puso ese nombrecito ridículo, que parece un dúo y no un nombre. Seguro que no le va bien en la asignatura de inglés al que te lo puso — dijo el Benítez, mirándome de refilón, con una callada malicia que no pude entender.
—No soy tu compadre
ni nada que se le parezca, indio.
—T’a bien, t’a
bien. Gringo gracioso; gringo gracioso, gringo hijueputa, grin…
No alcanzó a decir
más “Twice”: Incorporándose súbitamente
y desenfundando su Colt 38 para sorprender a Joe, oyó los truenazos ajenos que lo estiraron sobre el piso
de cedro como un muñeco de paja, con cinco tiros perfectos en el pecho.
Entonces me le acerqué al cadáver del
mexicano, lo patee, le dejé caer sobre el torso mi colección
completa de monedas conmemorativas de los Juegos
Panamericanos de Cali de 1978, que tenía guardada en una media impar, y le canté
la frasecita que tenía reservada para él, desde hacía rato.
—Ves indio, ves
indio. ¿De qué te sirvió reprobarme en álgebra en tercero de bachillerato? ¿De
qué?
Fue entonces cuando
desperté sin esperar a que sonara el reloj electrónico de mi habitación como
todos los lunes, y me fui directo al baño a ducharme para salir a tomar el bus
e ir al colegio: mandé al Llanero Solitario, a Plata y a Toro, con la colección
completa de sus revistas, a la caneca de la basura, y me convertí desde
ese día en el más entusiasta fanático de Mike Joe, quien si es de verdad
un duro, un teso, un tipazo. Aunque últimamente también estoy leyendo a
Fantomas. Pero Fantomas es otro cuento.
(Jorge Lineya
Santiago de Cali, Colombia 1986)
LA ÚLTIMA VERDAD
"Las personas mayores me aconsejaron abandonar el
dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas y poner más interés en
la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad
de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor". (Antoine de
Saint-Exupéry)
Nadie me cree: a mí nadie me cree nada, ni mi mamá, ni mi papá, ni Tina. Nadie. No sé por qué si siempre digo la verdad. Yo no sé decir mentiras. Un día de estos me voy de aquí bien lejos y los dejo a todos para que aprendan a creerme, y no se burlen de mí, y no me estén diciendo mentiroso, que eso me da rabia (así la rabia sea sólo cosa de perros como me dice Tina).
Herodes es mi
hombre murciélago. A Herodes yo lo llamo como quiera y él igual me entiende:
murciélago, mucílago o murgacilo, siempre sabe que es él y viene cuando me oye,
aunque no le diga bien ni el nombre con el que lo bauticé(a veces digo
Herudes): no es como mi profesora Tina que siempre anda corrigiéndome el
cómo digo, o como hago, o como escribo las cosas, haciéndome ruborizar
con sus aires de sabelotodo.
Herodes no es
pariente de Batman eso se lo dejé muy claro el día que lo inventé: iba a
quitarse sus alas aerodinámicas para guardarlas en mi armario y acompañarme al
colegio como si fuera mi hermano, pero no pudo porque estaban pegadas a
su espalda y se abrían como un par de abanicos grandes y membranosos cuando
necesitaba volar. Le dije que mejor se quedara muy juicioso en la casa
durmiendo, o entreteniéndose con mi “Armo-todo”. porque la gente en la calle se
iba asustar mucho con un hombre murciélago que no fuera Batman ni se le
pareciera. Se quedó llorando pendiendo del perchero como un colgajo feo,
mirándome desde su cabecita con sus ojos vidriosos y pequeños igual que
dos botones negros, muy negros.
Ese
día lo primero que mi mamá me dio al llegar a mi casa fue un besote en la
mejilla, me apretó contra ella como si quisiera exprimirme, me cargó, me
despeinó con sus apapachos y sus viarazas y me felicitó por haber dejado la
cama hecha, la habitación ordenada como nunca en mi vida. Me dijo que no podía
creerlo cuando lo vio, que había que hacer una rayita en el almanaque para
tener en cuenta el día, la hora y el año de ese fabuloso milagro: la cama
hecha, los juguetes en la repisa, los zapatos en el zapatero, los libros en la
biblioteca, el escritorio ordenado. Todo en su lugar. Cosa de duendes como para caerse de espaldas.
Se lo traté de explicar diciéndole la verdad. No había sido yo sino Herodes mi hombre murciélago, pero entonces apagó su sonrisa, puso su cara de regaño y me preguntó que cuando iba a dejar tanto embeleco, porque si no un día de estos me iba pasar lo del pastorcito, o me iban a salir mogotes y cola de diablo, o se me iba a crecer la nariz como a Pinocho. No me creyó: no me creyó ni aunque le mostré a Herodes pintado en mi cuaderno de dibujo con crayones. Le pedí que subiera al cuarto para que lo viera ella misma colgado en el ropero, pero no quiso. En cambio me mandó a bañar rápido para que almorzara y le bajara la temperatura a la fiebre de embustero:
—Te hace falta un hermanito, a ver cuándo te lo encargamos con papá —me amenazó-—.Lo de ser hijo único te está dañando, so gran carajito.
Después de manducarme la mesa, hice mis tareas y Herodes me ayudó. Él es el hombre murciélago más inteligente de todo el mundo. Sabe matemáticas, historia, geografía, dibujo, geometría y ortografía y otras cosas que ni Tina sabe. Tina se quedaría con la boca abierta si conociera a Herodes:
—¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyy!
Mi mamá lanzó un grito de proporciones cósmicas, cuando pescó a Herodes sentado sobre la mesa de mi pupitre, acurrucado entre sus alas, señalándome con su brazo esmirriado y peludo, una página de mi revista de comics. Herodes se asustó con el alarido y salió disparado como un jet por la ventana, sin decirme ni adiós. No ha vuelto por acá desde ese día.
Mi mamá lanzó un grito de proporciones cósmicas, cuando pescó a Herodes sentado sobre la mesa de mi pupitre, acurrucado entre sus alas, señalándome con su brazo esmirriado y peludo, una página de mi revista de comics. Herodes se asustó con el alarido y salió disparado como un jet por la ventana, sin decirme ni adiós. No ha vuelto por acá desde ese día.
Mis papás me castigaron. No me dejan leer cuadernos de historietas desde que se enteraron por los periódicos que un hombre murciélago anda aterrorizando la ciudad de Cali, pero la culpa la tuvo mi mamá por gritona. A mí no me hace falta ningún hermanito, para eso tengo a Herodes que el día menos pensado vuelve por acá: si no lo conoceré yo qué lo inventé.
Ojalá
Tina se encuentre con Herodes.
(Jorge Lineya, Santiago de Cali, Colombia,1986)
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