“Rechazamos esta sociedad porque
nos forma para ser consumidores.”
Declaración de los
revolucionarios de mayo de 1968 en la Sorbona.
A la selva llegó con el hombre esta
medidora de silencios y palabras. La criatura de dos piernas y andar erguido y
orgulloso la usa como una corona: esto es bueno, esto no; esto es justo, esto
no; esto es mío, eso también. Como si fuera el Creador, de cuanta cosa ve
se siente el dueño en este interminable reino que atraviesa el Amazonas.
No entienden los animales porque
el hombre se cree mejor que ellos y anda por ahí con esas ínfulas de
emperador manco. Lo han visto arrastrarse sin patas; nadar sin aletas ni cola;
volar sin alas, hacer madrigueras y andar por los árboles sin usar sus
patas ni su rabo, y cazar sin garras, y nada de eso lo hace tan bien como
ellos. Es el hazmerreír de la anaconda, el manatí, delfín
colorado, el caimán, la piraña, el águila harpía, el armadillo, el jaguar
y el mono silbador que hoy están a la orilla del río en una de esas reuniones
de amigos donde nadie se tiene que cuidar de nadie.
— El hombre mata y ríe; nace y llora;
copula y se queja y le dice al viento que eso lo hace porque él tiene la razón,
¡jajajaja! — ironiza y se carcajea la emplumada reina de los aires, desde
su alto trono de ramas en un árbol de caucho.
—También destruye el suelo que lo
alimenta, enferma al aire que le da vida, envenena el agua que lo sostiene, y
abusa del fuego que lo ilumina y lo calienta, porque tiene no se sabe
porqué, la razón — precisa con seriedad, flotando de panza, como si fuera un
tronco sobre el agua, el enano primo del cocodrilo.
Los animales no saben que es la razón ni
tampoco quieren saberlo: por eso cuando ven a un hombre (como ahora) todos se
ocultan y huyen de él, despavoridos, para no contagiarse con esa enfermedad que
se llama “razón” y que el pobre hombre tiene anquilosada en alguna parte de su
desmedrado cuerpo sin pelo, ni plumas, ni escamas, ni caparazón. No creen que
pueda haber mayor desgracia para una criatura que tener tanta, pero tanta
razón. Aunque estúpidamente los hombres piensan que los
animales de las riberas del Amazonas escapan cuando los ven, sólo por
miedo a sus armas que a veces con silencio o a veces con estruendo, les lanzan
a ellos dolor o muerte. Los animales, también se ríen de eso.
Moraleja: No todo lo que te crees, es
cierto.
Jorge Lineya
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